Hacia un orden económico justo: bases conceptuales y requisitos morales

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Hacia un orden económico justo: bases conceptuales y requisitos morales

Declaración de la Comunidad Internacional Bahá’í para la 56ª sesión de la Comisión para el Desarrollo Social

New York—29 January 2018

Erradicar la pobreza implica reconstruir el mundo no sólo en términos económicos, sino además en términos culturales y sociales. Las comunidades y los patrones de vida de un mundo sin pobreza presentarían un panorama muy diferente de lo que vemos hoy. El trabajo de la Comisión, descrito como la “erradicación de la pobreza para alcanzar un desarrollo sustentable para todos” es, por lo tanto, un asunto que va más allá de simplemente extender el acceso a los recursos materiales, por desafiante que eso sea. Es, más bien, un esfuerzo de transformación tanto estructural como social a escalas nunca antes vistas. Y la magnitud de ese trabajo requiere alcanzar nuevas maneras de comprender, tanto individual como socialmente, a los seres humanos.

Los modelos conceptuales acerca de lo que es normal, natural y posible ejercen una influencia poderosa en el comportamiento individual. Por ejemplo, las personas tienden a hacer elecciones menos generosas mientras más se ven expuestos a los cálculos individualistas inherentes a la teoría económica clásica. Tales modelos tienen un impacto en las estructuras de la sociedad, privilegian cierta clase de valores por sobre otros, y moldean la manera como las personas ven, entienden y se relacionan con el mundo. Así, los modelos que usamos tienen una importancia crucial. Algunos ayudan a liberar el potencial latente, confieren mayor claridad de pensamiento, abren caminos inesperados y facilitan la acción constructiva. Otros distorsionan, restringen y confunden.

La humanidad ha empleado innumerables modelos conceptuales a lo largo de la historia; en ocasiones sus diversos elementos han contribuido al progreso, en otros casos lo han entorpecido. Pero independiente de lo que haya ocurrido antes, es claro que los cambios profundos que se requieren hoy invitan a explorar nuevas perspectivas desde las cuales se puedan explorar los desafíos, evaluar las realidades e imaginar las soluciones. Debemos, por lo tanto, estar preparados para evaluar –y, de ser necesario, revisar– los supuestos que han dado forma al orden y las estructuras internacionales de la sociedad actual.

La idea de que la humanidad es inherentemente beligerante y que, por lo tanto, el conflicto es inevitable, es un ejemplo de creencia que se puede analizar. Según ella, el interés propio constituye la principal motivación del comportamiento humano, y por lo tanto la prosperidad debe basarse en la búsqueda de la ventaja personal; el bienestar de los grupos de naciones puede ser abordada de manera individual, desconectada y aislada del bienestar de la humanidad como un todo; el mundo contemporáneo no se caracteriza por la abundancia de recursos materiales y humanos, sino por una escasez fundamental de los mismos.

Nociones como estas –a menudo tácitamente implícitas– no suelen ser cuestionadas en el discurso contemporáneo, pero sus consecuencias en el mundo real son en verdad significativas. ¿Acaso la creencia de que los seres humanos son inherentemente egoístas puede aportar algo constructivo cuando se aplica a contextos como la comunidad, la familia o la escuela? ¿Acaso la visión económica basada en el supuesto de que los individuos y los grupos han de competir entre sí puede llevar a algo diferente a las condiciones extremadamente desiguales que se ven hoy por todos lados? Por otro lado, ¿cómo se verían las estructuras económicas globales si la colaboración fuera entendida como una motivación para el desarrollo más poderosa que la competencia? ¿Cómo se podrían abordar los extremos de pobreza y riqueza si se percibiera que el bien del individuo es inseparable del bien del todo? ¿Cuáles serían las políticas que se implementarían si las prioridades gubernamentales estuvieran motivadas principalmente por los intereses de la ciudadanía completa, en lugar de las preferencias de los pocos que cuentan con acceso privilegiado a las esferas de poder?

Dado el ritmo de transiciones sin precedentes en la época actual, la Comunidad Internacional Bahá’í llama a los Estados Miembros y otros presentes en la Comisión para el Desarrollo Social a iniciar una reevaluación profunda de los supuestos subyacentes a las iniciativas de desarrollo. Se necesitan esfuerzos para asegurar que las políticas implementadas por la comunidad internacional sean concordantes con los valores que abraza, que las afirmaciones que se asumen como hechos probados sigan siendo válidas a la luz de las realidades globales emergentes, que los axiomas proclamados en los foros globales sean consistentes con la evidencia que se encuentra en el campo. La desconexión entre una edad en la que innumerables aspectos de la vida diaria se ven profundamente impactados por la interdependencia global, por un lado, y las afirmaciones que se pueden escuchar en los niveles más altos de que el bienestar puede ser mejor logrado enfocándose en intereses nacionales estrechos, por otro, es un ejemplo de lo anterior. Igualmente contradictoria es la suposición de que la competencia sin trabas puede ser compatible con la “asociación colaborativa” y el “espíritu de creciente solidaridad global” que se visualiza en la Agenda para el Desarrollo Sustentable 2030 y otras iniciativas de las Naciones Unidas. Estos son asuntos de importancia crítica. El progreso continuo requiere una creciente claridad y profundidad de comprensión acerca de nosotros mismos y las condiciones que nos rodean. En la medida en que nuestro mapa mental del mundo sea cada vez más preciso, estaremos en condiciones de trazar un rumbo cierto hacia un futuro mejor.

Una reevaluación sistemática de este tipo requeriría el involucramiento de múltiples actores, tanto dentro de Naciones Unidas como más allá. Los académicos querrán investigar las bases de los modelos actuales y los beneficios y riesgos de las alternativas; por ejemplo, se pueden analizar modelos económicos en los cuales la prosperidad es definida de manera más amplia y no sólo como un fruto de la producción y el consumo. Quienes elaboran políticas y arbitran asuntos a todo nivel querrán examinar los supuestos subyacentes a las actuales políticas y evaluar la posibilidad de que existan consecuencias no deseadas; por ejemplo, se puede evaluar si las ideas sobre la naturaleza supuestamente conflictiva de los seres humanos pueden perpetuar inadvertidamente los patrones de hostilidad. Quienes ejecutan las políticas querrán evaluar si los procedimientos y enfoques de operación contradicen los valores organizacionales, reforzando nociones de alteridad y socavando un compromiso de asociación igualitaria con las comunidades locales.

En la práctica, ¿cómo se vería una reformulación de tal discurso? Se puede considerar, por ejemplo, la supuesta falta de recursos mencionada anteriormente. La información actual claramente demuestra que el nuestro es un mundo de abundancia, al menos cuando se le ve como un todo. En 2016, el PIB global per cápita fue de US $16.143, cifra que representaría un notable incremento en los recursos monetarios para la mayoría de los pueblos del mundo. De manera similar, la actual producción de alimentos alcanza para nutrir holgadamente a toda la humanidad. Si bien estas observaciones no son nuevas, innumerables discusiones se enmarcan en una percibida escasez de fondos u otros suministros, en lugar de explorar por qué los amplios recursos disponibles hoy para la raza humana se utilizan de esa manera.

Es indudable que muchas organizaciones e individuos carecen de los recursos que necesitarían; sin embargo, a nivel sistémico, el supuesto de que “no hay suficiente dinero” equivoca a un nivel fundamental la lectura de la realidad relevante del mundo. Los recursos financieros se concentran cada vez más en ciertos segmentos de la sociedad, lo cual genera extremos excesivos de riqueza y abismos imperdonables de pobreza. Realidades como estas no son compatibles con los ideales de justicia, equidad y dignidad que la comunidad global ha abrazado. Además de las consideraciones morales, este tipo de dinámicas pueden ser altamente desestabilizadoras y corrosivas para el tejido social, y representan un peligro claro y tangible para la sociedad. Con todo, los peores efectos pueden ser amortiguados mediante ajustes a nivel de políticas públicas y buenas prácticas, y todos los actores –gobiernos, empresas, ciudadanos– deberían reconocer su responsabilidad en esto. Así, el desafío no se relaciona con la escasez, sino con las elecciones y los valores que orientan la manera como se distribuyen los recursos.

Este ejemplo, y otros similares, demuestran la necesidad de identificar las premisas que subyacen en los enfoques que se adoptan, y la importancia de explorar cómo tales premisas refuerzan o entorpecen los esfuerzos. Igualmente importante es poder articular los principios que se busca llevar a la realidad mediante distintos procedimientos y sistemas. Que la raza humana es un todo interdependiente; que los hombres y las mujeres disfrutan de una equidad inherente; que la fuerza debe ser utilizada al servicio de la justicia; que la veracidad es la base para la integridad personal y el progreso social duradero. Si tales son las proposiciones en las que creemos, entonces nuestras organizaciones y esfuerzos deben reflejarlas y encarnarlas de manera creciente a todo nivel.

Lo que se requiere es una revisión del marco que la comunidad internacional adopta para el pensamiento y la acción colectiva. Un esfuerzo de tal calibre, si ha de ser efectivo, no puede reducirse a un evento aislado: se necesitará una reflexión profunda entrelazada al actual funcionamiento del sistema completo de las Naciones Unidas. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio permiten un progreso notable, y los Objetivos de Desarrollo Sostenible demandan una visión aún más amplia y un mayor pensamiento creativo. Es, entonces, el momento para revisar las creencias fundamentales sobre nosotros mismos, sobre la naturaleza de nuestras relaciones, y sobre las realidades que moldean el mundo en el vivimos. Sólo de esta manera se podrán establecer los cimientos para el progreso real y sustentable.