La liberación de la capacidad humana para el desarrollo social

Statements

La liberación de la capacidad humana para el desarrollo social

Declaración de la Comunidad Internacional Bahá’í Para la 53ª sesión de la Comisión para el Desarrollo Social

New York—3 February 2015

En un momento en que los Estados Miembros no sólo reflexionan sobre el progreso alcanzado desde la Cumbre Mundial de Desarrollo Social de Copenhague de 1995, sino además establecen las bases para la siguiente agenda de desarrollo global, es más importante que nunca replantear el desarrollo social. Un aspecto clave en esto será reformular el rol que la capacidad humana juega en el mejoramiento de la sociedad. En muchas áreas son necesarias las reformas estructurales; pero son las personas quienes hacen cumplir las normas o bien las ignoran, quienes transforman los planes en acciones o bien titubean en los márgenes, quienes mantienen posiciones de autoridad o bien abusan de ellas. Así, la capacidad de las personas —individualmente o como miembros de comunidades e instituciones— de lograr algo que ellos colectivamente valoran es un medio indispensable de cumplir los objetivos centrales de la Comisión: erradicar la pobreza, promover el empleo pleno, y fomentar la integración social.

El aprecio por la dimensión humana no está para nada ausente del discurso contemporáneo. Por ejemplo, en su reciente informe sobre la agenda Post-2015, el Secretario General señala que los desafíos a los que se enfrenta la comunidad global “no son accidentes de la naturaleza, o resultados de fenómenos fuera de nuestro control. Son el resultado de acciones y omisiones de personas”. De manera similar, su informe acerca del tema prioritario de esta Comisión señala que “tanto en términos económicos como sociales, las políticas e inversiones más productivas fueron aquellas que empoderaron a las personas para maximizar sus capacidades, recursos y oportunidades”.

Sin embargo, cuando se consideran los medios de implementación, el informe dedica 31 párrafos al financiamiento y 9 a la tecnología, mientras otorga apenas 4 a la capacidad institucional, uno al voluntariado y uno a la cultura. Por supuesto, los recursos financieros y tecnológicos son claves para el desarrollo global; ambos deben ser generados mucho más vigorosamente y distribuidos de manera mucho más equitativa si ha de darse progreso. Pero demasiado a menudo el cambio se atribuye de manera casi exclusiva a instituciones y estructuras, limitando así el poder de acción de individuos y comunidades. Las personas están en el centro de la agenda, lo cual constituye una victoria significativa de la Cumbre Mundial, pero debe tenerse el cuidado de no tratar a las personas como objetos pasivos que necesitan ser desarrollados, en lugar de promotores activos de su desarrollo por derecho propio.

¿Cómo será promovido el bienestar humano en contextos sumamente variados en todo el planeta? ¿De qué manera se extenderán esfuerzos más allá de las capitales y los centros urbanos hasta alcanzar a las innumerables áreas rurales que albergan a casi la mitad de la población mundial? ¿Quién llevará a cabo este trabajo? ¿Cómo se dará apoyo a tales individuos? Los gobiernos nacionales tienen responsabilidades únicas en este trabajo, y las obligaciones y compromisos del actual orden global no pueden descuidarse con impunidad. Pero la acción gubernamental por sí misma no es suficiente. Tal como señalara el Secretario General en su informe, “Si hemos de tener éxito, la nueva agenda no puede circunscribirse al dominio exclusivo de instituciones y gobiernos. Debe ser abrazada por la gente”.

Para poder aprovechar de manera más efectiva el potencial constructivo de la humanidad, se debe cuestionar la noción de que las contribuciones significativas a la sociedad dependen del acceso a recursos financieros. En el pensamiento y discurso sobre el desarrollo, a menudo la riqueza material se equipara a la capacidad, explícita o implícitamente. Se asume que quienes poseen mayores recursos financieros poseen también otros recursos en general. Se les ve como el motor del desarrollo, la fuente del progreso, mientras el resto es relegado a cumplir funciones secundarias, cuando no excluidos por completo. Por supuesto, la pobreza extrema impone numerosas privaciones y limitaciones, y debe ser erradicada por razones tanto pragmáticas como morales. Sin embargo, la capacidad financiera y la capacidad humana necesaria para potenciar la transformación social constructiva no son sinónimas. Por ejemplo, no hay ninguna garantía de que quienes viven rodeados de lujo estén asumiendo algún rol activo en el mejoramiento de la humanidad. Por otro lado, los esfuerzos de quienes están materialmente empobrecidos por ayudar a sus comunidades ciertamente no carecen de importancia e impacto. En todos los niveles de riqueza, la capacidad humana no se define únicamente por el potencial de alcanzar metas, sino además por la voluntad de llevar a cabo las acciones necesarias. Así, el estimular la capacidad humana para el mejoramiento de la sociedad no tiene que ver únicamente con lo que las personas son capaces de hacer, sino además con lo que de hecho eligen hacer. Y ningún pueblo, cultura o grupo económico tiene el monopolio de elegir dedicar sus capacidades al bien común.

El informe del Secretario General sobre el tema de esta Comisión señala que 3,8 mil millones de personas, cerca del 53% de la población global actual, vive con menos de 4 dólares diarios. Si bien las mediciones de pobreza basadas en números de dólares son inherentemente problemáticas, se trata sin embargo de una realidad cuyas implicaciones no pueden ser ignoradas. Aquellos con medios materiales limitados sobrepasan con mucho a aquellos que viven en la abundancia, y no es posible seguir imaginando que un pequeño segmento de la humanidad será capaz por sí mismo de impulsar el desarrollo de todo el resto. En el momento actual del desarrollo de la comunidad global, tal proposición no es ni factible ni deseable. El talento agregado de varios miles de millones de individuos representa una reserva fenomenal —aun en términos puramente numéricos— de recursos para el cambio constructivo que hasta ahora ha sido prácticamente ignorada. De esta manera, los esfuerzos por replantear y fortalecer el desarrollo social en el mundo contemporáneo necesitan asegurar que las contribuciones de aquellos que tradicionalmente han sido tratados como receptores pasivos de ayuda sean integradas de manera significativa a los procesos globales de desarrollo.

Los esfuerzos con este enfoque serán centrales para la movilización de todos los recursos disponibles para el desarrollo global. Pero más allá de toda consideración práctica, la participación en el avance de la sociedad es además significativa en sí misma. Factores como el ofrecer un servicio tangible a los demás, trabajar en colaboración con otros por alcanzar metas nobles, o poner en práctica las capacidades personales en la búsqueda del bien común, son fuentes intrínsecas de bienestar y satisfacción humanas. Se trata de rasgos característicos del concepto de “desarrollo”, tanto individual como social, y no requieren justificación más allá de sí mismos. La formulación de metas para el avance de la civilización, y el hacer de esas metas una realidad, son tareas que finalmente han de ser acometidas no sólo en grupos de trabajo, comisiones y paneles de alto nivel, sino además en un creciente número de granjas y esquinas callejeras, consejos de aldea y encuentro barriales en todo el mundo. De esta manera la humanidad comenzará a asumir la responsabilidad de su destino colectivo.

Muchos de estos conceptos se implementan a nivel local, por lo que puede llegar a ser desafiante aplicarlos a los procesos intergubernamentales que la Comisión aborda. Por lo mismo, quisiéramos ofrecer algunas sugerencias para ser consideradas. De manera más específica, las metas de desarrollo deberían:

  • abordar los recursos humanos que se requieren para el progreso de la transformación global tan vigorosamente como los recursos financieros necesarios.
  • hacer de la construcción de capacidad para contribuir al progreso social un objetivo central al formular metas a nivel internacional, planificar intervenciones a nivel nacional, y monitorear el progreso en todos los niveles.
  • priorizar las participación universal en los esfuerzos locales de desarrollo, independientemente de categorías demográficas tales como género, edad, etnia y religión.
  • en las políticas y en los informes, conceder espacio suficiente para la construcción de capacidad y para los esfuerzos de empoderamiento por desarrollarse de manera orgánica y responder a las circunstancias locales.

Veinte años atrás, el desarrollo dio un gran paso adelante cuando la Cumbre Mundial dio un “rostro humano” a un discurso que previamente se había enfocado en el crecimiento económico y en los ajustes estructurales. El progreso en tal área continúa hoy, cuando los Estados Miembros se dedican a replantear y fortalecer el desarrollo social en el mundo contemporáneo. Las metas que se han considerado —aquellas delineadas primero en Copenhague y muchas otras que han sido propuestas en el proceso Post-2015— requerirán una movilización de recursos a escalas nunca antes intentadas. Estas metas requerirán además un entendimiento claro del tipo de recursos que permiten el progreso. La Comunidad Internacional Bahá’í espera que los conceptos abordados en este documento contribuyan a una exploración continua acerca cómo los talentos y capacidades de los pueblos del mundo constituyen medios críticos para tener éxito en este trabajo de vital importancia. En este sentido, acogemos todas las perspectivas sobre la base amplia del empuje de la capacidad humana como medios para el avance de la civilización.