Nuevos Modelos de Vida Comunitaria en un Mundo Cada Vez Más Urbanizado

Statements

Nuevos Modelos de Vida Comunitaria en un Mundo Cada Vez Más Urbanizado

Declaración de la Comunidad Internacional Bahá’í

Dirigida a la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas

Sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible

 

Quito, Ecuador—14 October 2016

“Los centros urbanos se han convertido en el hábitat predominante de la humanidad,”[1], escribió el Secretario General en su informe dirigido a la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible. Sin embargo, la urbanización, en su manifestación actual, no es un proceso que pueda continuar para siempre. La migración a gran escala hacia los centros urbanos ha provocado en muchos casos fragmentación social, el agotamiento de recursos ecológicos limitados y sentimientos profundos de aislamiento y desesperación. Es evidente que el camino a seguir no consiste meramente en poblar espacios más pequeños con una cifra de personas cada vez mayor. Exige más bien aplicar una visión de conjunto a los asentamientos humanos que aporte prosperidad a individuos y comunidades en entornos urbanos y rurales por igual, satisfaga sus necesidades y aproveche las fortalezas de ambos.

Avanzar en este sentido exigirá replantear a fondo las nociones de la vida en zonas rurales y urbanas valiéndonos de los conocimientos acumulados en el pasado, los avances científicos del presente y una visión constructiva del futuro. A modo de ejemplo, la experiencia del campo de la psicología muestra claramente que las personas prosperan cuando viven en comunidades que se caracterizan por la confianza y la interconexión. La felicidad humana, que repercute en la productividad, la salud física y la agilidad mental, llega a su nivel máximo cuando las relaciones personales son sólidas[2]. Las amistades estrechas y la confianza mutua entre vecinos que tradicionalmente se asocian a las comunidades rurales son elementos de la vida que no han de olvidarse, sino fortalecerse. Sin embargo, no deben idealizarse las complejas realidades de la vida rural que llevan a tantas personas a instalarse en núcleos urbanos. Las tecnologías de la comunicación permiten alcanzar un grado de integración y de cohesión social inimaginable hace tan solo algunas décadas. Sin embargo, el aislamiento físico e intelectual socava las perspectivas económicas y educativas de incalculables centros rurales. Lo que se precisa entonces es un nuevo modelo de vida comunitaria en todos los contextos.

Construir asentamientos saludables y florecientes es una tarea formidable que exigirá aprendizaje y esfuerzo durante generaciones. En cuanto a los desafíos por delante, el Secretario General menciona las “medrosas sociedades urbanas” que recurren a “soluciones a corto plazo”[3], como barrios cerrados y empresas de seguridad privada, que no resultan asequibles para quienes disponen de menos recursos. Escribe acerca del temor a que la delincuencia genere un “clima de paranoia urbana que llega a impedir el normal funcionamiento de algunas ciudades.”[4] Debe tenerse en consideración que desafíos como estos no se derivan únicamente de la falta de riqueza, información y recursos materiales. Al contrario, provienen también de actitudes básicas hacia los demás y de supuestos fundamentales sobre el mundo, el lugar que ocupamos en él y los objetivos que perseguimos. Las ciudades y aldeas habrán de brindar oportunidades y herramientas económicas para que los jóvenes se mantengan y desarrollen medios de vida acordes a sus habilidades y talentos. Además, las comunidades también tendrán que nutrir muchos otros aspectos del bienestar humano, como la inclusión y la cohesión sociales, la solidaridad intergeneracional, la distribución equitativa de los recursos y los vínculos sustanciales con la tierra y el mundo natural.

¿Cómo deben fomentarse estas cualidades en el seno de una población? Esta cuestión deberá indagarse de manera sistemática en un futuro próximo. Sin embargo, la experiencia de la comunidad mundial bahá’í destaca un conjunto de elementos que parecen fundamentales para la creación de asentamientos florecientes, ya sea en zonas urbanas o rurales.

Entre estos elementos destaca la preocupación explícita por revivir el concepto de comunidad. Por supuesto, la idea es prácticamente omnipresente en su forma más básica; existen comunidades de innumerables tipos y variedades. Sin embargo, la realidad de muchas personas no es la de un todo unido y cohesionado, sino más bien la de una colección atomizada de piezas por lo general ajenas unas de otras. Esta realidad deberá dejar paso a comunidades y vecindarios cuyos habitantes sean amistosos, confíen unos en otros, compartan un mismo propósito y se preocupen por su bienestar moral y emocional. A medida que aumente la cifra de personas que, al vivir cerca unas de otras, procuran trascender las barreras que antes las mantenían separadas, deberá ampliarse su compromiso mutuo y un sentido general de identidad compartida. 

Para que la comunidad promueva el progreso de la sociedad por sí misma —complementando las funciones del individuo y las instituciones sociales—, hay que adoptar activamente una concepción mucho más amplia de la vida comunitaria. Habrá que desarrollar modelos de acción e interacción nuevos y construir nuevas formas de relacionarse y asociarse. Serán cruciales la experimentación, el ensayo y error, así como un sólido proceso de aprendizaje sobre la naturaleza de las transformaciones culturales duraderas, todos los cuales exigen esfuerzo y no poca cantidad de sacrificio. Sin embargo, mientras continúe este trabajo, surgirán nuevas capacidades que facilitarán la consecución de esas mismas metas, entre las que figuran la capacidad de alcanzar consensos en el seno de una población diversa y fomentar el compromiso colectivo con las prioridades compartidas, fortalecer la visión de un futuro compartido y elaborar medidas prácticas para su consecución, y concebir y evaluar las acciones a la luz de una conciencia colectiva naciente de lo que es correcto y lo que es erróneo, aceptable e intolerable, beneficioso y perjudicial. Estos son los frutos, y a la par el motor, de los cambios sociales profundos que se dan a escala local.

La integración de poblaciones que han estado siempre, o desde hace poco, en la periferia de la sociedad es otro requisito previo para el florecimiento de los asentamientos humanos. La comunidad internacional afronta grandes desplazamientos de poblaciones y la proliferación de diversas ideologías extremistas, y no es necesario explayarse sobre el peligro de relegar a poblaciones enteras a condiciones marginales. Sin embargo, esta integración no puede ser superficial, ni limitarse a ofrecer a ciertos grupos un abanico limitado de opciones formuladas por organismos a los que no tienen acceso. Más bien, los procesos de toma de decisiones deben reflejar y aprovechar los talentos y puntos de vista de un sector de la población tan amplio como sea posible. El aporte de quienes, de lo contrario, podrían quedar excluidos no sólo debe valorarse, sino solicitarse activamente y adoptarse. Y las barreras a la participación plena y efectiva de cualquier grupo particular, ya sea por sus tradiciones, costumbres, hábitos o prejuicios, deben abordarse con franqueza y eliminarse categóricamente.

Avanzar en este sentido exigirá aplicar enfoques a la toma de decisiones que sean cualitativamente diferentes de los adoptados en el pasado. En concreto, la experiencia sugiere que se obtienen resultados más eficaces cuando la adopción de decisiones se plantea como esfuerzo compartido para explorar la realidad subyacente de las circunstancias pertinentes, como búsqueda colectiva de la verdad y de un entendimiento común. En este contexto, las ideas y propuestas no son propiedad de una sola persona o entidad, ni su éxito o fracaso obedecen a la posición o a la influencia de la persona o institución que las presente. Más bien, el conjunto de ideas pertenece al grupo encargado de tomar decisiones, que las adopta, las modifica o prescinde de ellas en la medida en que contribuyan a una mayor comprensión y progreso. Hay situaciones en que esta suerte de consultas las celebran personas que se consideran como iguales con el fin de llegar a una decisión conjunta. En otras, pueden consistir en deliberaciones encaminadas a recabar ideas e información y enriquecer el entendimiento común, y la decisión queda en manos de quienes ejercen oficialmente la autoridad. En todo caso, se garantiza que todas las voces tengan voz y que se maximice la participación. Y, lo que es crucial, consultas como esta persiguen expresamente fortalecer los lazos que unen a los participantes. De esta manera, el compromiso compartido que es necesario para una implementación efectiva se construye a través del propio proceso consultivo.

La comprensión de uno mismo y de la identidad propia es fundamental para establecer dinámicas de este tipo. La comunidad bahá’í ha observado sistemáticamente que actuar con un mismo propósito resulta fundamental para que los integrantes de una población local trabajen como un todo cohesionado y unido. Una visión compartida del futuro contribuye a integrar los diversos esfuerzos en un movimiento cohesionado en pos de objetivos compartidos. La cifra de personas que determina el aporte singular que pueden realizar aumenta cuantas más personas internalicen un mismo propósito y aumenten su comprensión del modo en que empeños diferentes se refuerzan entre sí. Comienza a tomar cuerpo un proceso por el que segmentos cada vez mayores de una población se hacen cargo de su propio desarrollo material, social y espiritual.

Cabe señalar que los valores —tanto los que comparten los muchos miembros de una comunidad como los que se institucionalizan en aspectos de su cultura colectiva— serán fundamentales para la construcción de ciudades y asentamientos humanos que “cumplan su función social”.[5] Por ejemplo, al ejercer su influencia los lazos del compromiso compartido, los valores colectivos que rebasan los límites de raza, nacionalidad, idioma u otros fomentan la solidaridad entre grupos que de lo contrario serían divergentes. En cambio, los valores que propugnan la superioridad de un grupo por encima de otro fomentan el antagonismo y socavan la cohesión social. Por citar un ejemplo oportuno, el proceso de integración de los inmigrantes en nuevas comunidades sucumbe a menudo no porque la comunidad carece de capacidad técnica, sino porque los recién llegados son vistos como “los otros” y son tratados como tales por quienes están establecidos. Que se integren eficazmente depende, como en tantos otros ámbitos, de la capacidad de establecer prioridades compartidas y aglutinar la voluntad colectiva de una comunidad diversa y en evolución.

La educación también es fundamental para la construcción de asentamientos humanos prósperos. La experiencia ha demostrado que los jóvenes, con independencia de su raza, nacionalidad o nivel de recursos, ansían aterrizar ideales elevados en realidades prácticas y aspiran a contribuir de manera significativa al destino de la humanidad. Sin embargo, aplicar enfoques diferentes a la educación fomenta tipos de características diferentes. Por lo tanto, debe meditarse sobre las actitudes, cualidades y habilidades que se han de cultivar en las generaciones futuras. La experiencia sugiere que para que la educación empodere a una cifra cada vez mayor de jóvenes para contribuir al mejoramiento de la sociedad, habría de ayudarlos a reflexionar profundamente sobre el propósito de sus vidas y los objetivos hacia los que orientar sus talentos. Les ayudaría a identificar y comprender las diversas fuerzas que conforman la sociedad que los rodea. Y les permitiría emprender iniciativas constructivas, fomentando cualidades tales como el liderazgo ético, las acciones basadas en principios y la valentía moral.

La creación de asentamientos humanos saludables ha de ser objeto de aprendizaje para la comunidad internacional en los años venideros. Las comunidades locales habrán de explorar los requisitos prácticos del bienestar individual y colectivo en muchos lugares y entornos. Sin embargo, el aprendizaje a escala local puede estancarse fácilmente si se aísla del conocimiento generado en todo el mundo a mayor escala. Por lo tanto, las estructuras que faciliten el flujo horizontal y vertical de experiencias, percepciones y conocimientos serán muy beneficiosas para alcanzar los objetivos de la Nueva Agenda Urbana. ¿Qué cuerpos o agencias pueden contribuir a esas estructuras, y qué organizaciones locales pueden conectar con sus homólogas a nivel nacional, regional y global? Estas y otras cuestiones podrán definirse en función de las circunstancias. Sin embargo, parece claro que el resultado de dicho sistema debe ser asegurar que aquellos que trabajan en las bases contribuyan a un proceso global de aprendizaje y se beneficien del mismo.

Así pues, la Comunidad Internacional Bahá’í considera que el desarrollo y el aprovechamiento de las capacidades de todas las poblaciones para contribuir al bien común reviste el mayor potencial para alcanzar los ambiciosos compromisos propuestos en la Nueva Agenda Urbana.