Debate general sobre la experiencia nacional en asuntos de población: los adolescentes y los jóvenes

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Debate general sobre la experiencia nacional en asuntos de población: los adolescentes y los jóvenes

El Secretario General ha recibido la siguiente declaración, que se distribuye de conformidad con lo dispuesto en los párrafos 36 y 37 de la resolución 1996/31 del Consejo Económico y Social.

16 February 2012

Declaración

Comunidad Internacional Baha’i acoge con satisfacción la oportunidad de contribuir a las deliberaciones de la Comisión de Población y Desarrollo en su 45º período de sesiones sobre el tema de los adolescentes y los jóvenes. Nos complace que la Comisión haya decidido centrarse en este crucial período del desarrollo humano, en el que se encuentran más de 1.000 millones de personas de edades comprendidas entre los 10 y los 19 años. Se trata de un período crítico de cambio personal durante el que los jóvenes comienzan a explorar y aplicar conscientemente sus conocimientos, valores y creencias sobre la vida individual y colectiva. Durante este período, asumen nuevas responsabilidades —proporcionando cuidados en casa,contribuyendo a los ingresos familiares y convirtiéndose en protagonistas del cambio en sus comunidades y naciones. Cuando finaliza este período, muchos han asumido plenamente las responsabilidades de un adulto.

El crecimiento previsto de la población mundial no solo presenta problemas, sino también múltiples oportunidades para los gobiernos y las naciones del mundo. Según el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales, en 56 países la mitad de la población es menor de 20 años, y la página web de política sanitaria mundial de los Estados Unidos dedicada a la población menor de 15 años indica que en 47 países entre el 40% y el 50% de la población tiene entre 0 y 14 años. Las estadísticas actuales presentan un panorama desolador para este grupo: la mitad vive en la pobreza y una cuarta parte sobrevive con menos del equivalente a un dólar diario. Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia y el Instituto de Estadística de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, en 2009 no estaban escolarizados formalmente 67 millones de niños en edad de asistir a la escuela primaria y 72 millones de niños en edad de cursar el primer ciclo de la enseñanza secundaria; en la mayoría de los casos eran niñas. Si bien los problemas son desalentadores, los jóvenes no son víctimas que necesiten que otros resuelvan sus problemas. Al contrario, este grupo de edad tiene un gran potencial intelectual y social esperando a desarrollarse y canalizarse hacia fines sociales constructivos.

El futuro de la sociedad actual dependerá en gran medida del diseño de los programas y los métodos educativos que ayuden a hacer efectivo el potencial latent de la juventud y a prepararla para el mundo que van a heredar. La relación entre la educación y el bienestar individual y colectivo se establece y afirma inequívocamente en los párrafos 11.2 y 11.3 del Programa de Acción de la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo y en el Programa de Acción Mundial para los Jóvenes hasta el año 2000 y años subsiguientes. Nuestra contribución en este período de sesiones de la Comisión se centra en una dimensión concreta de la educación, a saber, “la educación al servicio de la comunidad”, que, según nuestra experiencia, es fundamental para la transformación de la vida individual y comunitaria. Es de sobra conocido que las fuerzas que determinan el desarrollo intelectual y emocional de un niño no se limitan al aula. Las fuerzas que influyen en los jóvenes por conducto de los medios de difusión, la tecnología, la familia, los pares, la comunidad en sentido amplio y otras instituciones sociales pueden transmitirles mensajes constructivos en algunos aspectos y contradictorios en otros, lo cual contribuye a la confusión de muchos jóvenes —sobre su identidad, los objetivos morales y la realidad social. Como tal, la educación formal debe ir más allá del objetivo exclusivo de ayudar a los jóvenes a encontrar un empleo remunerado. Los procesos educativos deben ayudar a la juventud a reconocer y expresar su potencial al tiempo que desarrolla la capacidad para contribuir a la prosperidad espiritual y material de su comunidad. De hecho, una persona no puede desarrollar su talento y capacidad aislada de los demás.

El concepto de doble objetivo moral —desarrollar el potencial inherente de la persona y contribuir a la transformación de la sociedad— constituye un eje importante del proceso educativo. Cuando se examinan las fuerzas que influyen en el desarrollo de la mente de los jóvenes y los adolescentes, pronto resulta obvio que muchas de ellas promueven la pasividad y un deseo de ser entretenidos. Esas fuerzas contribuyen a la formación de generaciones enteras que están dispuestas a dejarse llevar por los que apelan con destreza a las emociones superficiales. Muchos programas educativos consideran a los jóvenes meros receptores de información. Para cambiar esas tendencias, la comunidad mundial Baha’i se ha propuesto desarrollar una cultura que promueva una manera independiente de pensar, estudiar y actuar, en la que los estudiantes se vean a sí mismos como un grupo unido por el deseo de trabajar en aras del bien común, se apoyen mutuamente y avancen juntos, respetando los conocimientos que posee cada uno.

Si bien las condiciones varían en gran medida de un país a otro y de una comunidad a otra —ya sea rural o urbana, rica o pobre en cuanto a recursos materiales, pacífica o poco segura— la importancia del conocimiento para el desarrollo de los jóvenes y los adolescentes no varía. El acceso al conocimiento es un derecho que tienen todos los seres humanos. La responsabilidad de generar nuevos conocimientos y aplicarlos en beneficio de la sociedad recae sobre los hombros de cada uno de los jóvenes. Del mismo modo, la creación de un entorno favorable para este proceso es un deber de cada gobierno. Sin acceso al conocimiento, la participación significativa de los jóvenes en los asuntos de sus comunidades se hace imposible. Así pues, los procesos educativos deben centrarse en la creación de capacidad entre los jóvenes para que desempeñen un papel protagonista en el progreso social.

La participación significativa también adopta la forma de un empleo seguro y productivo. Una educación que no conciencia a los jóvenes respecto de su potencial, su papel como ciudadanos activos y las necesidades de su comunidad debilita sus perspectivas de empleo. A su vez, esto alienta el éxodo de los jóvenes con estudios de las zonas rurales a las urbanas y de las naciones no industrializadas a las industrializadas. Si bien a menudo se considera que los jóvenes son simples beneficiarios de la educación, estos deben participar en la elaboración de los sistemas de enseñanza, contribuyendo así a adaptar el contenido y la metodología de los procesos educativos a las necesidades y aspiraciones de sus comunidades. Esta necesidad adquiere un carácter más urgente si tenemos en cuenta las elevadas tasas de crecimiento de la población joven y adolescente de algunas partes del mundo. Para que los jóvenes puedan desempeñar su importante función, es necesario abordar la cuestión de la inequidad que caracteriza el acceso de las niñas a la educación de calidad. Como se ha afirmado en repetidas ocasiones, la educación de las niñas tiene un efecto multiplicador, que da como resultado la disminución de la probabilidad de matrimonio precoz; el aumento de las posibilidades de que las niñas asuman un papel informado y activo en la planificación familiar; la reducción de la mortalidad infantil y materna; el aumento de la participación de las niñas en toma de decisiones sociales, económicas y políticas; y la promoción de la prosperidad económica. Todo esto resulta especialmente urgente en las partes del mundo donde las niñas se casan y comienzan a tener hijos en la adolescencia. La necesidad de extender las oportunidades educativas a las niñas se basa en el entendimiento de que la igualdad entre hombres y mujeres, niños y niñas es una verdad fundamental de la realidad humana y no simplemente una condición que deseamos lograr por el bien de la sociedad. La plena participación de las mujeres en las esferas del derecho, la política, la ciencia y la tecnología, el comercio y la religión, por mencionar algunas, es necesaria para crear un orden social mejorado gracias a las contribuciones y la sabiduría de la mitad del total de la población mundial. Habida cuenta de que las mujeres desempeñan el papel primordial en la salud y el bienestar de sus hijos, las deficiencias en la educación de la madre se multiplicarán, en la mayoría de los casos, en las generaciones posteriores. Por lo tanto, los gobiernos deben cumplir sus compromisos de prohibir prácticas tan injustas como el infanticidio, la selección prenatal del sexo, la mutilación genital femenina, el tráfico de niñas y el uso de niñas en la prostitución y la pornografía, y hacer cumplir las leyes para asegurar que el matrimonio se contraiga solo con el libre y pleno consentimiento de ambos contrayentes. El objetivo general debe ser hacer frente a las causas profundas del sesgo de género, de manera que todas las personas puedan desempeñar la function que les corresponde en la transformación de la sociedad.

Las inversiones que realizan los gobiernos en la educación y la salud de sus jóvenes y adolescentes no son sino una inversión en la estabilidad, la seguridad y la prosperidad de la propia nación. Los enfoques y métodos educativos, basados en las necesidades y las aspiraciones de las comunidades respectivas, con el apoyo de las familias y las instituciones locales e inspirados por la conciencia de que cada niño tiene un potencial latente inestimable, abrirán los ojos a los jóvenes y los adolescentes no solo a su propia capacidad intelectual, sino también a su papel de protagonistas del cambio en sus comunidades y en el mundo.