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Los valores en la innovación: la participación de las mujeres en la reimaginación de las tecnologías digitales

Los valores en la innovación: la participación de las mujeres en la reimaginación de las tecnologías digitales

Declaración de la Comunidad Internacional Bahá’í ante la 67ª sesión de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer

 
New York—22 February 2023

La rápida evolución de las realidades globales ha provocado una mayor percepción de la interconexión de la humanidad, y con ello una mayor dependencia de las tecnologías digitales. Para muchas mujeres, incluidas las que carecen de acceso o de capacidad para determinar el impacto de dichas tecnologías en sus comunidades, ello ha dado lugar a una mayor exclusión y marginación. Sin embargo, incluso si se resolvieran las cuestiones relacionadas con el acceso y otras similares, sigue existiendo un desafío más profundo. Muchas tecnologías, que deberían servir como herramientas para ampliar la capacidad humana y contribuir a la construcción de una civilización próspera y cohesiva que refleje los valores más elevados de la humanidad, refuerzan más bien nociones distorsionadas sobre la naturaleza y la identidad humanas, su progreso y su propósito. A menudo guiadas en su diseño por unos pocos privilegiados, muchas tecnologías se sustentan en valores materialistas y se trasplantan extensamente sin tener en cuenta las implicaciones sociales, éticas y espirituales. Aunque todas las personas se ven afectadas cuando la tecnología está moldeada por visiones perjudiciales del mundo, para las mujeres y las niñas, que constituyen una base importante de usuarios y en muchos casos representan los principales consumidores previstos, ello supone un profundo desafío. A medida que las herramientas digitales se emplean cada vez más en diversos ámbitos del quehacer humano, resulta esencial realizar un examen honesto de los valores y las intenciones que informan el proceso de innovación. Las perspectivas y las contribuciones que las mujeres pueden ofrecer para garantizar que las herramientas del mundo moderno, basadas en los valores colectivos de la humanidad, ayuden a las multitudes a alcanzar su potencial, son fundamentales para esta búsqueda.

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La tecnología puede ser un instrumento poderoso para ampliar la capacidad humana y conectar a las comunidades. Sin embargo, como cualquier herramienta, la tecnología, y los espacios que crea, pueden implementarse de innumerables maneras, aportando beneficios o reforzando las desigualdades existentes. En un plano constructivo, las redes y los movimientos en línea han servido como medios importantes para sensibilizar sobre los numerosos desafíos a los que se enfrentan las mujeres y las niñas, al tiempo que han ampliado el círculo de participación de formas antes inimaginables. Sin embargo, cuando están impulsadas por visiones estrechas del mundo o por un enfoque miope de los beneficios, las tecnologías también se han utilizado para excluir, acosar, explotar o incluso reprimir.

Las tecnologías digitales no son neutrales en cuanto a valores. Al igual que el paradigma tradicional del desarrollo, la innovación tecnológica está profundamente influenciada por fundamentos materialistas. Las nociones básicas sobre el progreso suelen equiparar el consumo de bienes con mayores niveles de bienestar. Diversas formas de prejuicios y desigualdades sociales, así como visiones sobre la naturaleza humana y el progreso, impulsadas por consideraciones de beneficio limitadas, están a menudo incorporadas en el diseño o la aplicación de las tecnologías digitales y, por lo tanto, se promueven a los usuarios, por ejemplo, mediante algoritmos diseñados para maximizar el uso de la pantalla a pesar de los problemas de adicción demostrados científicamente. Por lo tanto, un examen honesto de los supuestos y las normas que subyacen a la creación y el uso de tales tecnologías es fundamental. ¿Cómo pueden expresarse concepciones más completas de la naturaleza humana en las tecnologías digitales, que incluyan cualidades y actitudes como la confianza, el compromiso con la verdad y el sentido de responsabilidad, como elementos básicos de un orden mundial estable? ¿Cómo pueden las comunidades participar en el proceso de identificación colectiva de sus prioridades y de consulta sobre las repercusiones de las tecnologías en su contexto local?

Aunque cada individuo y cada comunidad se ven afectados por los valores problemáticos que subyacen a estas herramientas, la integración generalizada de estos valores en las tecnologías ha tenido efectos nocivos para muchas mujeres y niñas, sobre todo por la forma en que se las objetiviza o se las induce a consumir una gama cada vez mayor de bienes materiales en nombre de una supuesta mejora personal. Precisamente por estas experiencias, así como por la orientación patriarcal de la cultura que existe en los espacios de toma de decisiones en torno a la innovación, es fundamental contar con la participación de las mujeres para comprender mejor cómo se pueden concebir y emplear esas tecnologías de forma adecuada y consciente.

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La mayor participación de las mujeres deberá basarse, en última instancia, en el reconocimiento de que una multiplicidad de perspectivas es un requisito previo para construir un futuro que responda a toda la gama de experiencias humanas. Dada la evidente preocupación por la representación dentro de un sector tradicionalmente dominado por los hombres, debe priorizarse el aumento de la participación de las mujeres en las decisiones relacionadas con el diseño, el uso y la distribución responsables de dichas tecnologías, así como en la creación de contenidos digitales. Sin embargo, la representación justa, lejos de ser un fin en sí misma, también sirve como condición que permite que los patrones dominantes de competencia y desigualdad den paso a la colaboración, la investigación colectiva y la preocupación por el bien común. Como en tantas otras áreas, los mayores grados de cambio se requerirán de aquellos que se han beneficiado en gran medida de la cultura predominante.

Más allá de cambiar la cultura en los espacios y procesos relacionados con la innovación tecnológica, la participación de las mujeres, de hecho, ampliar el horizonte de la perspectiva humana en los procesos de investigación, puede contribuir a crear nuevos paradigmas para guiar el desarrollo de la tecnología. Aunque cualquier persona, independientemente de su sexo, puede tener la capacidad de examinar las consideraciones éticas asociadas a las tecnologías digitales, las experiencias de muchas mujeres, resultantes de la imposición de visiones patriarcales del mundo, las sitúan en una buena posición para ofrecer perspectivas específicas en el desarrollo de modelos más completos, informados por cualidades como la moderación, la justicia, la diversidad y la preocupación por las generaciones futuras. Al hacerlo, las mujeres pueden contribuir a que esas cualidades informen de forma más coherente el desarrollo de la tecnología.

A medida que una gama más amplia de cualidades llega a informar la cultura del sector tecnológico, el potencial del ámbito puede ampliarse aún más. Lejos de ser una barrera que asfixie la innovación y el crecimiento, formas más holísticas de participación e investigación, caracterizadas por un compromiso con el principio de igualdad de género, podrían liberar formas de innovación que reflejen mejor los valores colectivos de la humanidad.

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En el ámbito nacional, habrá que establecer políticas que garanticen la incorporación de una multiplicidad de perspectivas en los espacios y procesos relacionados con la innovación tecnológica. La tecnología amplía el alcance humano; por lo tanto, hay que velar por que amplíe, y no altere, el orden moral en el que florece la vida humana. Ello implicará, naturalmente, mecanismos para apoyar la participación plena y efectiva de las mujeres. Los gobiernos también tendrán que asumir un papel más proactivo para responder a las amenazas actuales, como garantizar que las mujeres, los niños y las comunidades vulnerables estén protegidos contra las violaciones de los derechos humanos en línea.

También será indispensable garantizar una diversidad de perspectivas a nivel internacional para informar sobre la creación, el uso y la distribución responsables de las tecnologías, dado su alcance y funcionamiento intrínsecamente globales. Para ello será importante reunir a las Naciones Unidas, los gobiernos, el sector privado y la sociedad civil, incluidas las mujeres, para analizar abiertamente los impactos y los valores que informan el desarrollo de las tecnologías digitales, así como para esbozar políticas internacionales guiadas por los principios de igualdad, justicia, universalidad, dignidad, fiabilidad y búsqueda de la verdad. El movimiento hacia el Pacto Digital Global sugerido por el Secretario General de las Naciones Unidas, que garantice que la innovación tecnológica esté alineada con los valores globales compartidos, es una propuesta que merece examinarse más a fondo. El desarrollo de medidas de progreso para complementar el producto interno bruto en la elaboración de concepciones más holísticas del progreso también ayudará a examinar los supuestos incorporados en el diseño de la tecnología. A este respecto, las Naciones Unidas tienen una oportunidad única para establecer procesos que fomenten un modelo más saludable de innovación tecnológica de la humanidad. Para ello será fundamental priorizar e incorporar las perspectivas de las mujeres y promover su participación para dar forma a la dirección del desarrollo de la tecnología. El análisis de los mecanismos para mejorar la educación de las mujeres y los niños mediante el uso de las tecnologías digitales, así como para garantizar su plena participación, representación, protección y bienestar en línea, podría revisarse periódicamente en espacios como esta Comisión.

El momento histórico actual presenta una oportunidad para armonizar la innovación tecnológica con la sabiduría más elevada de la humanidad. Las concepciones tradicionales relacionadas con el progreso y la naturaleza humana son incapaces de responder a concepciones más plenas del bienestar humano y de crear una civilización floreciente, lo que incluye informar e impulsar el desarrollo de las tecnologías digitales. Será fundamental incorporar una gama más amplia de perspectivas para cuestionar estos supuestos subyacentes para trazar un futuro que equilibre el bienestar material con consideraciones éticas, sociales y espirituales. Para este fin, las voces y perspectivas de las mujeres, en particular las que han sido marginadas por visiones del mundo excesivamente materialistas, serán indispensables, y su compromiso efectivo un requisito previo para crear nuevos modelos de cultura y comprensión en torno al desarrollo de la tecnología. La construcción de un modelo más holístico que responda a concepciones más elevadas de la naturaleza humana y el progreso, y el desarrollo de herramientas que puedan utilizarse según las necesidades y prioridades de comunidades específicas para la mejora de sus sociedades es una visión de la innovación tecnológica que presenta posibilidades ilimitadas.

Hacia un Sistema Alimentario Sostenible

Hacia un Sistema Alimentario Sostenible

Declaración de la Oficina de Bruselas de la Comunidad Internacional Bahá'í publicada en ocasión de la reunión informal de ministros europeos de agricultura y pesca que tendrá lugar del 14 al 16 de septiembre

Bruselas—13 September 2022

El agravamiento de la inseguridad alimentaria en numerosas partes del mundo es una de las múltiples consecuencias de la guerra en Europa. Sin embargo, el desafío inmediato es sólo un síntoma evidente de un orden alimentario mundial deteriorado.  Las limitaciones de las estructuras políticas y económicas que sustentan el sistema alimentario se han puesto en evidencia ampliamente en los últimos años a través de los empeños de la comunidad internacional para responder a amenazas tan diversas como enfermedades infecciosas y el cambio climático. Aunque, con toda razón, se presta atención a las necesidades urgentes de garantizar suficiente producción y distribución de alimentos a corto plazo, las conversaciones actuales sobre la seguridad alimentaria ofrecen una oportunidad para que el discurso se eleve por encima de la preocupación por las causas inmediatas y aborde los retos sistémicos del orden alimentario mundial. A falta de esta conversación, el desarrollo de políticas estará condenado a ir dando tumbos de crisis en crisis, sin poder encontrar más que soluciones temporales y parciales. 

Aunque en las últimas décadas se han producido avances en la producción agrícola mundial, el mundo necesita un sistema alimentario que sea sostenible, que no explote a las personas ni a los  recursos naturales, y que abastezca a toda la población mundial. Esto requerirá no sólo la aplicación de tecnologías nuevas, sino también la consideración de los principios y postulados que subyacen las prácticas y políticas agrícolas desde el nivel local hasta el internacional.

El principio más importante que debe regir el funcionamiento del sistema alimentario es el de la unidad de la humanidad. Cada individuo, comunidad, nación o región del mundo forma parte de una entidad unificada, el bienestar de cuyas partes es inseparable del bienestar del conjunto.  Debido a las repercusiones que las políticas de la Unión Europea tienen en otros continentes, iniciativas como la Política Agrícola Común deberán diseñarse y evaluarse teniendo en cuenta su impacto en los agricultores, las comunidades rurales y las economías más allá de las fronteras de Europa.

El progreso hacia un sistema alimentario que promueva el bien común mundial dependerá en gran medida de la forma y el grado en que se tengan en cuenta diferentes perspectivas. Los empeños por reformar el sistema alimentario mundial deben de empezar por reconocer que ningún conjunto de actores ni ningún continente por separado, posee todos los conocimientos necesarios para asentar la seguridad alimentaria mundial sobre una base firme. Se requiere un proceso colectivo de investigación, con mecanismos y estructuras innovadoras que vinculen a las diversas partes interesadas de todas las regiones del mundo, desde los agricultores hasta los investigadores, con los espacios en los que se toman las decisiones consecuentes. Además, la ampliación de la participación debe entenderse no sólo como una negociación destinada a producir un consenso aceptable, sino como una investigación colectiva sobre las implicaciones de los sistemas alimentarios sostenibles, en la cual todos se comprometen de forma significativa y a la cual todos contribuyen.

La influencia actual e histórica del continente europeo le confiere tanto la oportunidad como la responsabilidad de luchar por el desarrollo de un orden alimentario mundial justo. Aunque la magnitud del desafío requerirá sin duda un compromiso a largo plazo y una reevaluación constante de los métodos y enfoques, centrarse en generar consenso entre un círculo cada vez más amplio de partes interesadas contribuirá a garantizar que un proceso global de investigación sobre las bases de un sistema alimentario sostenible rinda sus frutos.

Una Gobernanza Adecuada: a la Humanidad y el Camino Hacia un Orden Global Justo

Una Gobernanza Adecuada: a la Humanidad y el Camino Hacia un Orden Global Justo

New York—21 September 2020

El 75º aniversario de las Naciones Unidas llega en un momento en que las realidades mundiales en rápida evolución provocan una apreciación más profunda de la interconexión e interdependencia de la humanidad. En medio de la perturbación creada y acelerada por una pandemia que envuelve al mundo, se abren numerosas posibilidades para un cambio social pronunciado que puede aportar estabilidad al mundo y enriquecer la vida de sus habitantes. A lo largo de la historia, los períodos de turbulencia han presentado oportunidades para reformular los valores colectivos y los supuestos que los sustentan. Lo mismo ocurre en el momento actual. La gama de esferas en las que los sistemas y abordajes establecidos necesitan una transformación radical sugiere cuán crítico será el próximo cuarto de siglo, que se extiende desde el 75º aniversario de las Naciones Unidas hasta su centenario, para determinar el destino de la humanidad. Una creciente oleada de voces está clamando a dar pasos decisivos en nuestra trayectoria colectiva hacia una paz duradera y universal. Es un llamado al que hay que responder.

La familia humana es una. Esta es una realidad que ha sido abrazada por multitudes en todo el mundo. Sus profundas implicaciones para nuestro comportamiento colectivo deben ahora dar lugar a un movimiento coordinado hacia niveles más altos de unidad social y política. Como declaró Baháʼu'lláh hace más de un siglo, "La verdadera paz y tranquilidad se lograrán solamente cuando la totalidad de las almas lleguen a desear el bien de toda la humanidad." Los peligros de una comunidad global dividida contra sí misma son demasiado grandes para tolerarlos. 

El siglo pasado vio muchos pasos – imperfectos, pero significativos– en sentar los cimientos de un orden mundial que podría asegurar la paz internacional y la prosperidad de todos. El primer intento serio de la humanidad de gobernanza global, la Liga de las Naciones, duró 25 años. Es impresionante que las Naciones Unidas ya haya triplicado este período. Ciertamente, no tiene paralelo como estructura para vincular a todas las naciones del mundo y como foro para expresar la voluntad común de la humanidad. Sin embargo, los acontecimientos recientes demuestran que los acuerdos actuales ya no son adecuados frente a amenazas en cascada cada vez más interrelacionadas. Por tanto, es necesario ampliar aún más la integración y la coordinación. La única forma viable de avanzar radica en un sistema de cooperación mundial cada vez más profundo. El presente aniversario brinda un momento oportuno para comenzar a generar consenso sobre la forma en que la comunidad internacional puede organizarse mejor, y para considerar cuáles serán las normas con las que se medirán los avances. 

En los últimos años, la crítica razonada de los acuerdos multilaterales se ha visto eclipsada en ocasiones por el rechazo de la idea misma de un orden internacional basado en normas. Sin embargo, este período de retroceso está arraigado en procesos históricos más amplios que conducen a la comunidad mundial hacia una unidad más robusta. En cada etapa de la historia humana, los niveles de integración más complejos se vuelven no solo posibles, sino necesarios. Surgen desafíos nuevos y más apremiantes, y el cuerpo político se ve obligado a concebir nuevas disposiciones que respondan a las necesidades del momento a través de una mayor inclusión, coherencia y colaboración. Las exigencias del momento actual están empujando a las estructuras que existen actualmente para facilitar las deliberaciones entre las naciones, así como los sistemas de resolución de conflictos, más allá de su capacidad de eficacia. Por lo tanto, nos encontramos en el umbral de una tarea decisiva: organizar deliberadamente nuestros asuntos con plena conciencia de nosotros mismos como un pueblo en una patria compartida. 

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Reconocer la unidad de la familia humana no es llamar a la uniformidad ni renunciar a la amplia gama de sistemas de gobernanza establecidos. Una verdadera apreciación por la unidad de la humanidad contiene dentro de sí el concepto esencial de la diversidad. Lo que se necesita hoy es un consenso firme que, al tiempo que preserva los diversos sistemas y culturas del mundo, encarne un conjunto de valores y principios comunes que puedan atraer el apoyo de todas las naciones.  Ya se puede discernir una medida de acuerdo en torno a estos principios y normas compartidos en los ideales que informan las agendas mundiales, tales como la universalidad de los derechos humanos, el imperativo de erradicar la pobreza o la necesidad de vivir dentro de límites ambientalmente sostenibles. Pero queda mucho por hacer y hay que tener en cuenta las implicaciones desafiantes de tales ideales.

Un marco que se adapte a una diversidad de abordajes, basado en un compromiso con la unidad y una ética compartida de justicia, permitiría poner en práctica principios comunes en innumerables disposiciones y formulaciones. Dentro de tal marco, las diferencias en la estructura política, el sistema legal y la organización social no serían puntos de fricción, sino potenciales fuentes de discernimiento hacia nuevas soluciones y enfoques. En la medida en que las naciones se comprometan a aprender unas de otras, los hábitos arraigados de disputa y reproche pueden ser reemplazados por una cultura de cooperación y exploración, y una aceptación voluntaria de los reveses y los pasos en falso como aspectos inevitables del proceso de aprendizaje.

El verdadero reconocimiento de la interdependencia global requiere de una preocupación genuina por todos, sin distinción. Este principio, engañosamente sencillo, implica un profundo reordenamiento de las prioridades. Con demasiada frecuencia, el fomento del bien común se aborda como un objetivo secundario – encomiable, pero que debe perseguirse sólo después de que se hayan asegurado otros intereses nacionales más estrechos. Esto debe cambiar, porque el bienestar de cualquier segmento de la humanidad está inseparablemente entrelazado al bienestar del conjunto. El punto de partida para la consulta sobre cualquier programa o política debe ser la consideración del impacto que tendrá en todos los segmentos de la sociedad. Los dirigentes y los responsables de la formulación de políticas se enfrentan, pues, a una pregunta crucial al considerar los méritos de cualquier acción propuesta, ya sea local, nacional o internacional: ¿Una decisión promoverá el bien de la humanidad en su totalidad?

Independientemente de los beneficios que se hayan obtenido de las concepciones pasadas en cuanto a la soberanía estatal, las condiciones actuales exigen un enfoque mucho más global y coherente del análisis y la toma de decisiones. ¿Cuáles serán las implicaciones mundiales de las políticas internas? ¿Qué opciones contribuyen a la prosperidad compartida y la paz sostenible? ¿Qué pasos fomentan la nobleza y preservan la dignidad humana? A medida que la conciencia de la unidad de la humanidad se entreteje cada vez más en los procesos de toma de decisiones, a las naciones les resultará más fácil verse como socios genuinos de la custodia del planeta y en garantizar la prosperidad de sus pueblos. 

Cuando los líderes consideren el impacto de las políticas que tienen ante sí, deberán reflexionar sobre lo que muchos podrían llamar el espíritu humano – esa cualidad esencial que busca significado y aspira a la trascendencia. Estas dimensiones menos tangibles de la existencia humana se han considerado típicamente como confinadas al ámbito de las creencias personales y ajenas a las preocupaciones de los funcionarios y los encargados de formular políticas. Pero la experiencia ha demostrado que el progreso para todos no es alcanzable si el progreso material está divorciado del progreso espiritual y ético. Por ejemplo, el crecimiento económico en las últimas décadas indudablemente ha traído prosperidad para muchos, pero con ese crecimiento desligado de la justicia y la equidad, unos pocos se han beneficiado de sus frutos de manera desproporcionada y muchos se encuentran en condiciones precarias. Quienes viven en la pobreza corren el mayor riesgo de sufrir cualquier contracción de la economía mundial, que exacerba las desigualdades existentes e intensifica el sufrimiento. Todo esfuerzo por hacer avanzar a la sociedad, aunque se refiera únicamente a las condiciones materiales, reposa en supuestos morales subyacentes. Toda política refleja convicciones sobre la naturaleza humana, sobre los valores que promueven diversos fines sociales y la forma en que los derechos y responsabilidades otorgados se informan mutuamente. Estos supuestos determinan el grado en que cualquier decisión producirá un beneficio universal. Por tanto, deben ser objeto de un examen cuidadoso y honesto. Solo asegurando que el progreso material esté conectado conscientemente con el progreso espiritual y social se podrá cumplir la promesa de un mundo mejor.

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El movimiento hacia relaciones internacionales más coordinadas y genuinamente cooperativas, eventualmente requerirá un proceso en el que los líderes mundiales se unan para reformular y reconstituir el orden global. Porque lo que alguna vez se consideró una visión idealista de la cooperación internacional, a la luz de los obvios y graves desafíos que enfrenta la humanidad, se ha convertido en una necesidad pragmática. La eficacia de los pasos en esta dirección dependerá de que se abandonen los patrones paralizantes sin salida en favor de una ética cívica global. Los procesos deliberativos deberán ser más magnánimos, razonados y cordiales – motivados no por el apego a posiciones arraigadas e intereses estrechos, sino por una búsqueda colectiva de una comprensión más profunda de temas complejos. Habrá que dejar de lado los objetivos incompatibles con la búsqueda del bien común. Hasta que ésta sea la ética dominante, un progreso duradero resultará difícil de alcanzar.

Esta postura refuerza un abordaje orientado al proceso, construido gradualmente sobre las fortalezas y que responde a las realidades cambiantes. Y a medida que crece la capacidad colectiva para una investigación razonada y desapasionada sobre el mérito de cualquier propuesta dada, una serie de reformas merecen una mayor deliberación. Por ejemplo, el establecimiento de una segunda cámara de la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde los representantes son elegidos directamente – una llamada asamblea parlamentaria mundial – podría hacer mucho para fortalecer la legitimidad y la conexión que tienen las personas con ese organismo mundial. Un consejo mundial sobre asuntos futuros podría institucionalizar la consideración de cómo las políticas podrían afectar a las generaciones venideras, y prestar atención a una variedad de asuntos como la preparación para las crisis mundiales, el uso de tecnologías emergentes o el futuro de la educación o el empleo. El fortalecimiento del marco legal relativo al mundo natural daría coherencia y vigor a los regímenes de biodiversidad, clima y medio ambiente y proporcionaría una base sólida para un sistema de custodia común de los recursos del planeta. La reforma de la infraestructura general para promover y mantener la paz, incluida la reforma del propio Consejo de Seguridad, permitiría que los acostumbrados patrones de parálisis y estancamiento den lugar a una respuesta más decisiva a la amenaza de conflicto. Tales iniciativas, o innovaciones comparables, requerirían una deliberación muy concentrada, y sería necesario que hubiera un consenso general a favor de cada una para que ganara aceptación y legitimidad. Por supuesto, no bastarían por sí solas para satisfacer las necesidades de la humanidad; sin embargo, en la medida en que supondrían mejoras con respecto a la situación actual, cada una podría contribuir con su parte a un proceso de crecimiento y desarrollo verdaderamente transformador.

El mundo que la comunidad internacional se ha comprometido a construir, en el que la violencia y la corrupción han dado paso a la paz y la buena gobernanza, por ejemplo, y donde la igualdad de mujeres y hombres se ha infundido en todas las facetas de la vida social – aún nunca ha existido. El avance hacia los objetivos consagrados en las agendas mundiales, por lo tanto, requiere una orientación consciente hacia la experimentación, la búsqueda, la innovación y la creatividad. A medida que se desarrollan estos procesos, el marco moral ya definido por la Carta de las Naciones Unidas debe aplicarse con creciente fidelidad. El respeto del derecho internacional, la defensa de los derechos humanos fundamentales, la adhesión a los tratados y acuerdos – solo en la medida en que esos compromisos se cumplan en la práctica podrán las Naciones Unidas y sus Estados Miembros demostrar una norma de integridad y confiabilidad ante los pueblos del mundo. A menos que esto suceda, ninguna cantidad de reorganización administrativa resolverá la multitud de desafíos de larga data que tenemos ante nosotros. Como declaró Baháʼu'lláh, "Las palabras deben estar respaldadas por los hechos, ya que los hechos son la verdadera prueba de las palabras"

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Los años en que concluye el primer siglo de las Naciones Unidas representan un período de inmensa oportunidad. La colaboración es posible en escalas nunca soñadas en épocas pasadas, lo que abre perspectivas incomparables para el progreso. Sin embargo, si no se llega a un acuerdo que apoye una coordinación global eficaz, se arriesgan consecuencias mucho más graves – potencialmente catastróficas – que las que surgen de los trastornos recientes. La tarea que tiene ante sí la comunidad de naciones, entonces, es asegurar que la maquinaria de la política y el poder internacionales se oriente cada vez más hacia la cooperación y la unidad. 

En el centenario de las Naciones Unidas, ¿No sería posible que todos los habitantes de nuestra patria común confiaran en que hemos puesto en marcha un proceso realista para construir el orden mundial necesario para sostener el progreso en los próximos siglos? Ésta es la esperanza de la Comunidad Internacional Bahá'í y la meta hacia la que dirige sus esfuerzos. Nos hacemos eco del conmovedor llamamiento que hace mucho tiempo hizo Bahá'u'lláh acerca de los líderes y árbitros de los asuntos humanos: “Que después de haber meditado sobre sus necesidades, se reúnan a consultar y, mediante deliberación ferviente y plena, suministren a este mundo enfermo y penosamente afligido el remedio que requiere”.

Hacia un orden económico justo: bases conceptuales y requisitos morales

Hacia un orden económico justo: bases conceptuales y requisitos morales

Declaración de la Comunidad Internacional Bahá’í para la 56ª sesión de la Comisión para el Desarrollo Social

New York—29 January 2018

Erradicar la pobreza implica reconstruir el mundo no sólo en términos económicos, sino además en términos culturales y sociales. Las comunidades y los patrones de vida de un mundo sin pobreza presentarían un panorama muy diferente de lo que vemos hoy. El trabajo de la Comisión, descrito como la “erradicación de la pobreza para alcanzar un desarrollo sustentable para todos” es, por lo tanto, un asunto que va más allá de simplemente extender el acceso a los recursos materiales, por desafiante que eso sea. Es, más bien, un esfuerzo de transformación tanto estructural como social a escalas nunca antes vistas. Y la magnitud de ese trabajo requiere alcanzar nuevas maneras de comprender, tanto individual como socialmente, a los seres humanos.

Los modelos conceptuales acerca de lo que es normal, natural y posible ejercen una influencia poderosa en el comportamiento individual. Por ejemplo, las personas tienden a hacer elecciones menos generosas mientras más se ven expuestos a los cálculos individualistas inherentes a la teoría económica clásica. Tales modelos tienen un impacto en las estructuras de la sociedad, privilegian cierta clase de valores por sobre otros, y moldean la manera como las personas ven, entienden y se relacionan con el mundo. Así, los modelos que usamos tienen una importancia crucial. Algunos ayudan a liberar el potencial latente, confieren mayor claridad de pensamiento, abren caminos inesperados y facilitan la acción constructiva. Otros distorsionan, restringen y confunden.

La humanidad ha empleado innumerables modelos conceptuales a lo largo de la historia; en ocasiones sus diversos elementos han contribuido al progreso, en otros casos lo han entorpecido. Pero independiente de lo que haya ocurrido antes, es claro que los cambios profundos que se requieren hoy invitan a explorar nuevas perspectivas desde las cuales se puedan explorar los desafíos, evaluar las realidades e imaginar las soluciones. Debemos, por lo tanto, estar preparados para evaluar –y, de ser necesario, revisar– los supuestos que han dado forma al orden y las estructuras internacionales de la sociedad actual.

La idea de que la humanidad es inherentemente beligerante y que, por lo tanto, el conflicto es inevitable, es un ejemplo de creencia que se puede analizar. Según ella, el interés propio constituye la principal motivación del comportamiento humano, y por lo tanto la prosperidad debe basarse en la búsqueda de la ventaja personal; el bienestar de los grupos de naciones puede ser abordada de manera individual, desconectada y aislada del bienestar de la humanidad como un todo; el mundo contemporáneo no se caracteriza por la abundancia de recursos materiales y humanos, sino por una escasez fundamental de los mismos.

Nociones como estas –a menudo tácitamente implícitas– no suelen ser cuestionadas en el discurso contemporáneo, pero sus consecuencias en el mundo real son en verdad significativas. ¿Acaso la creencia de que los seres humanos son inherentemente egoístas puede aportar algo constructivo cuando se aplica a contextos como la comunidad, la familia o la escuela? ¿Acaso la visión económica basada en el supuesto de que los individuos y los grupos han de competir entre sí puede llevar a algo diferente a las condiciones extremadamente desiguales que se ven hoy por todos lados? Por otro lado, ¿cómo se verían las estructuras económicas globales si la colaboración fuera entendida como una motivación para el desarrollo más poderosa que la competencia? ¿Cómo se podrían abordar los extremos de pobreza y riqueza si se percibiera que el bien del individuo es inseparable del bien del todo? ¿Cuáles serían las políticas que se implementarían si las prioridades gubernamentales estuvieran motivadas principalmente por los intereses de la ciudadanía completa, en lugar de las preferencias de los pocos que cuentan con acceso privilegiado a las esferas de poder?

Dado el ritmo de transiciones sin precedentes en la época actual, la Comunidad Internacional Bahá’í llama a los Estados Miembros y otros presentes en la Comisión para el Desarrollo Social a iniciar una reevaluación profunda de los supuestos subyacentes a las iniciativas de desarrollo. Se necesitan esfuerzos para asegurar que las políticas implementadas por la comunidad internacional sean concordantes con los valores que abraza, que las afirmaciones que se asumen como hechos probados sigan siendo válidas a la luz de las realidades globales emergentes, que los axiomas proclamados en los foros globales sean consistentes con la evidencia que se encuentra en el campo. La desconexión entre una edad en la que innumerables aspectos de la vida diaria se ven profundamente impactados por la interdependencia global, por un lado, y las afirmaciones que se pueden escuchar en los niveles más altos de que el bienestar puede ser mejor logrado enfocándose en intereses nacionales estrechos, por otro, es un ejemplo de lo anterior. Igualmente contradictoria es la suposición de que la competencia sin trabas puede ser compatible con la “asociación colaborativa” y el “espíritu de creciente solidaridad global” que se visualiza en la Agenda para el Desarrollo Sustentable 2030 y otras iniciativas de las Naciones Unidas. Estos son asuntos de importancia crítica. El progreso continuo requiere una creciente claridad y profundidad de comprensión acerca de nosotros mismos y las condiciones que nos rodean. En la medida en que nuestro mapa mental del mundo sea cada vez más preciso, estaremos en condiciones de trazar un rumbo cierto hacia un futuro mejor.

Una reevaluación sistemática de este tipo requeriría el involucramiento de múltiples actores, tanto dentro de Naciones Unidas como más allá. Los académicos querrán investigar las bases de los modelos actuales y los beneficios y riesgos de las alternativas; por ejemplo, se pueden analizar modelos económicos en los cuales la prosperidad es definida de manera más amplia y no sólo como un fruto de la producción y el consumo. Quienes elaboran políticas y arbitran asuntos a todo nivel querrán examinar los supuestos subyacentes a las actuales políticas y evaluar la posibilidad de que existan consecuencias no deseadas; por ejemplo, se puede evaluar si las ideas sobre la naturaleza supuestamente conflictiva de los seres humanos pueden perpetuar inadvertidamente los patrones de hostilidad. Quienes ejecutan las políticas querrán evaluar si los procedimientos y enfoques de operación contradicen los valores organizacionales, reforzando nociones de alteridad y socavando un compromiso de asociación igualitaria con las comunidades locales.

En la práctica, ¿cómo se vería una reformulación de tal discurso? Se puede considerar, por ejemplo, la supuesta falta de recursos mencionada anteriormente. La información actual claramente demuestra que el nuestro es un mundo de abundancia, al menos cuando se le ve como un todo. En 2016, el PIB global per cápita fue de US $16.143, cifra que representaría un notable incremento en los recursos monetarios para la mayoría de los pueblos del mundo. De manera similar, la actual producción de alimentos alcanza para nutrir holgadamente a toda la humanidad. Si bien estas observaciones no son nuevas, innumerables discusiones se enmarcan en una percibida escasez de fondos u otros suministros, en lugar de explorar por qué los amplios recursos disponibles hoy para la raza humana se utilizan de esa manera.

Es indudable que muchas organizaciones e individuos carecen de los recursos que necesitarían; sin embargo, a nivel sistémico, el supuesto de que “no hay suficiente dinero” equivoca a un nivel fundamental la lectura de la realidad relevante del mundo. Los recursos financieros se concentran cada vez más en ciertos segmentos de la sociedad, lo cual genera extremos excesivos de riqueza y abismos imperdonables de pobreza. Realidades como estas no son compatibles con los ideales de justicia, equidad y dignidad que la comunidad global ha abrazado. Además de las consideraciones morales, este tipo de dinámicas pueden ser altamente desestabilizadoras y corrosivas para el tejido social, y representan un peligro claro y tangible para la sociedad. Con todo, los peores efectos pueden ser amortiguados mediante ajustes a nivel de políticas públicas y buenas prácticas, y todos los actores –gobiernos, empresas, ciudadanos– deberían reconocer su responsabilidad en esto. Así, el desafío no se relaciona con la escasez, sino con las elecciones y los valores que orientan la manera como se distribuyen los recursos.

Este ejemplo, y otros similares, demuestran la necesidad de identificar las premisas que subyacen en los enfoques que se adoptan, y la importancia de explorar cómo tales premisas refuerzan o entorpecen los esfuerzos. Igualmente importante es poder articular los principios que se busca llevar a la realidad mediante distintos procedimientos y sistemas. Que la raza humana es un todo interdependiente; que los hombres y las mujeres disfrutan de una equidad inherente; que la fuerza debe ser utilizada al servicio de la justicia; que la veracidad es la base para la integridad personal y el progreso social duradero. Si tales son las proposiciones en las que creemos, entonces nuestras organizaciones y esfuerzos deben reflejarlas y encarnarlas de manera creciente a todo nivel.

Lo que se requiere es una revisión del marco que la comunidad internacional adopta para el pensamiento y la acción colectiva. Un esfuerzo de tal calibre, si ha de ser efectivo, no puede reducirse a un evento aislado: se necesitará una reflexión profunda entrelazada al actual funcionamiento del sistema completo de las Naciones Unidas. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio permiten un progreso notable, y los Objetivos de Desarrollo Sostenible demandan una visión aún más amplia y un mayor pensamiento creativo. Es, entonces, el momento para revisar las creencias fundamentales sobre nosotros mismos, sobre la naturaleza de nuestras relaciones, y sobre las realidades que moldean el mundo en el vivimos. Sólo de esta manera se podrán establecer los cimientos para el progreso real y sustentable.

Del déficit a la abundancia: ver capacidad para hacer una contribución significativa en todas las poblaciones y pueblos

Del déficit a la abundancia: ver capacidad para hacer una contribución significativa en todas las poblaciones y pueblos

Comisión de Desarrollo Social 55o período de sesiones

1 a 10 de febrero de 2017

Seguimiento de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social y del vigésimo cuarto período extraordinario de sesiones de la Asamblea General: tema prioritario: estrategias de erradicación de la pobreza para lograr el desarrollo sostenible para todos

Declaración presentada por la Comunidad Internacional Baha’i, organización no gubernamental reconocida como entidad de carácter consultivo por el Consejo Económico y Social*

[UN translation]

New York—1 February 2017

“Las personas pueden ser individualmente pobres, pero colectivamente vemos una riqueza de capacidad en la comunidad”. —persona que ayuda a las comunidades en África Central a establecer escuelas a nivel lo cal.

Pese a que la erradicación de la pobreza ha sido un objetivo de las Naciones Unidas durante decenios, ha resultado difícil encontrar soluciones duraderas. En momentos en que los representantes se reúnen para encontrar “estrategias de erradicación de la pobreza para lograr el desarrollo sostenible para todos”, debemos preguntarnos, franca y honestamente, por qué razón segmentos considerables de la población mundial siguen sin poder satisfacer sus necesidades materiales básicas.

La gama de desafíos profundamente arraigados que hoy enfrentamos es fiel reflejo de un orden económico cada vez más disfuncional. Males como la riqueza y pobreza extremas, la creciente desigualdad y la corrupción sistémica desestabilizan las sociedades y desgarran la trama soc ial de demasiadas comunidades. Y, a su vez, esos  desafíos  ponen  de  relieve  la  falta  de  un  consenso  social  verdadero  sobre aspectos fundamentales de los mecanismos económicos contemporáneos, como la naturaleza del trabajo, el propósito de la riqueza y los d eberes de cada cual hacia los demás y hacia la comunidad. Por ejemplo, no es sino natural que una sociedad que celebra agresivamente la riqueza material se vuelva desigual en extremo, o que los intereses  adinerados,  desvinculados  de  todo  sentido  de  respons abilidad  social, moldeen las leyes de tal manera que perpetúan formas inamovibles de desigualdad.

Para hacer frente a problemas estructurales como estos será necesario que sectores  que  tradicionalmente  no  han  sido  considerados  fuentes  de  respuestas aporten enfoques innovadores. A ese respecto, en opinión de la Comunidad Internacional Baha’i, será imprescindible que el sistema de las Naciones Unidas desarrolle  su  capacidad  para  ver  potencial  y  fuerza  en  poblaciones  que,  en ocasiones, tal  vez  hayan  sido  tild adas  de  “marginadas”. Para  expresarlo  de  una manera más simple, el progreso duradero hacia la erradicación de la pobreza exigirá pasar de una mentalidad de déficit a una mentalidad de abundancia.

El  movimiento  en  esa  dirección  ya  ha  comenzado,  al  menos  a  nivel  de discurso. En los debates en el campo del desarrollo se afirma cada vez más que las comunidades con limitados recursos financieros no guardan silencio ni permanecen inactivas  hasta  que  llegan  los  agentes  internacionales.  Al  mismo  tiempo,  la interacción con esas poblaciones suele enmarcarse en función de necesidades, problemas,  deficiencias  y  escaseces.  El  trabajo  de  las  comunidades  de  bajos ingresos se reconoce a nivel conceptual. Pero desde el punto de vista funcional, esas comunidades se considera n fundamentalmente recipientes de servicios y asistencia

—se las consulta en cierta medida para conocer sus opiniones y preferencias, pero rara  vez  son  aceptadas  como  asociados  capaces  y  en  pie  de  igualdad  en  una iniciativa de colaboración.

Esa dicotomía limita los esfuerzos para acometer las causas de la pobreza. Como consecuencia de suposiciones, sesgos y prejuicios, se desaprovecha capacidad productiva y se pasan por alto o se desestiman los avances. Un ejemplo de ello es la

aplicación de las innovaciones de baja tecnología. En el contexto de los patrones rurales de vida se producen notables avances en materia de eficiencia energética y producción de energía renovable. Esas novedades revisten importancia universal, ya que será necesario que el consumo de energía sea más sostenible en todos los países, sea cual fuere su nivel de ingresos. Sin embargo, esas innovaciones suelen considerarse  pertinentes  únicamente  a  los  tipos  de  lugares  donde  parecerían prestarse,  quizás,  a  la  “cooperación  Sur -Sur”,  pero  no  a  las  necesidades  ni realidades de las sociedades industrializadas.

Además de su capacidad de innovación tecnológica, las poblaciones de bajos ingresos   tienen   un   potencial   de   innovación   social.   En   última   instancia,   la erradicación de la pobreza no será un a tarea de distribución de recursos materiales solamente,  un  mero  asunto  contable.  Para  abordar  la  pobreza  de  forma  real  y duradera será necesario construir nuevas modalidades de la sociedad misma, que reflejen principios morales y espirituales como la equ idad, la solidaridad, la justicia y la compasión. Entrañará la construcción de nuevas formas de estar juntos, nuevas formas  de  relacionarnos  unos  con  otros,  nuevas  formas  de  organizar  nuestros asuntos personales y colectivos. Y en esto, las zonas de ingres os altos no tienen ni más ni menos conocimientos o competencias que las de ingresos bajos. La aldea de la estepa de altura es tan capaz de construir patrones cohesivos y vibrantes de vida social como el complejo residencial de la metrópolis.

Los problemas que enfrentan los que poseen pocos recursos materiales son considerables. Esas poblaciones necesitarán apoyo, educación, capacitación y asistencia, como cualquier otra. Sin embargo, lo que debe reconocerse sencillamente es que ningún grupo o región posee la capacidad de erradicar la pobreza mundial por sí mismo. Desde un punto de vista práctico, la magnitud de la transformación necesaria  es  simplemente  demasiado  enorme.  Pero  también  entra  en  juego  una realidad moral —que el adelanto de toda la humanidad e xige los esfuerzos de toda la humanidad. Así como todo miembro de la familia humana tiene derecho a beneficiarse  de  una  civilización que  prospera  material,  social  y  espiritualmente, todo miembro tiene la capacidad de contribuir a su construcción.

Aceptar las consecuencias de ese principio general es reconocer que ningún grupo   posee   ya   lo   que   se   necesita   para   lograr   el   mundo   que   deseamos colectivamente para nosotros y para nuestros hijos. En esto, los ricos desde el punto de  vista  financiero  son  tan  dependi entes  de  los  desfavorecidos  como  estos  de aquellos. De modo similar, en los próximos años el mundo “desarrollado” tendrá tanto  que  aprender  del  mundo  “en  desarrollo”  como  este  de  aquel.  Esto  podría resultar   difícil   de   entender   para   algunos,   y   contradice   la s   ideologías   del excepcionalismo y la singularidad. Pero una dependencia de este tipo, expresada por medio de relaciones de apoyo y ayuda mutuos, es una fuente de gran fortaleza, no de debilidad. Por su intermedio, se da expresión al principio fundamental de que la acción social debería operar en base al ideal de participación universal. Y sobre esa base,  las  zonas  que  han  sido  excluidas o  descartadas desde  hace  mucho  tiempo pueden  llegar  a  ser  aceptadas  como  fuentes  vibrantes  de  ideas,  herramientas, recursos y enfoques de tanta eficacia —y tan necesarios— en las zonas de ingresos altos como en las de ingresos bajos.

Sin dudas, la conversión de esos ideales en realidades prácticas planteará problemas, muy en especial para órganos multilaterales como la Comisión de Desarrollo Social. Pero la Agenda 2030 es un proceso universal, y esa misma universalidad ofrece un medio poderoso para reconceptualizar el papel que desempeñan los diferentes agentes —en particular, las propias poblaciones menos prósperas- en la erradicación de la pobreza.

El  aprovechamiento  del  potencial  constructivo  de  miles  de  comunidades locales,  cada  una  de  ellas  con  sus  propias  circunstancias  y  realidades,  será  un proceso intensamente local. Como tal, el progreso dependerá menos del hallazgo de la intervención normativa “correcta” y de su aplicación generalizada, que de una comprensión más profunda del proceso por el que se determinan, se aplican y se modifican los enfoques eficaces.

¿Cómo funcionaría esto en la práctica? Entre las medidas que podrían ayudar a las Naciones Unidas y la Comisión a detectar y hacer suya la capacidad dondequiera que se encuentre figuran las siguientes:

  • Ampliar las concepciones de competencias y fuentes de soluciones. Los foros internacionales suelen buscar soluciones en un conjunto limitado de fuentes. Los académicos investigadores y los especialistas en política aportan contribuciones sin duda valiosas. Pero  la  dependencia excesiva respecto de esos recursos puede empobrecer el discurso, lo que conduce a una fijación en recetas técnicas y en soluciones normativas de paso. Las comunidades que trabajan  para  fomentar  modalida des  de  interacción  social  más  humanas también generan ideas interesantes, al igual que las personas que se esfuerzan en desarrollar la capacidad de otros, o las instituciones que intentan aplicar los conocimientos tradicionales a los problemas de hoy. Comp etencias de ese tipo son las que deben buscarse e incluirse conscientemente en el discurso mundial.
  • Recabar  conocimientos  de  los  que  se  ven  afectados  por  las  políticas.  Por razones  de  justicia,  los  representantes  de  las  comunidades  que  se  verán afectadas por las políticas deben incluirse en la formulación de esas políticas. Sin embargo, el hecho de tener “un lugar en la mesa” puede terminar por convertirse fácilmente en apariencia e ilusión. Por lo tanto, los encargados de adoptar  decisiones  no  solo  debe n  estar  dispuestos  a  aprender  importantes lecciones de los asociados sobre el terreno, sino también deseosos de hacerlo. Solamente en la medida en que acojan de esa manera a los colaboradores de base  podrá  decirse  que  sus  iniciativas  buscan  verdaderamente  ideas dondequiera que puedan encontrarlas.
  • Recabar soluciones universales de las poblaciones de ingresos bajos. Atrás han quedado   los   días   en   que   las   zonas   de   ingresos   altos   eran   exaltadas abiertamente como modelos de lo que debería ser una sociedad. P or ende, los logros de algunos ya no pueden desestimarse por ser supuestamente aplicables sólo a aquellos que tienen recursos financieros limitados. Si la comunidad internacional  desea  reconocer  sinceramente  la  capacidad  de  las  zonas  de ingresos bajos, deb e estar dispuesta a reconocer las ventajas de esas zonas, hacer suyos sus logros y aprender de su experiencia.
  • Captar  las  narrativas  en  las  que  se  enmarcan  los  enfoques  de  éxito.  La recopilación   de   datos   numéricos   es   importante,   pero   50   personas   que contribuyen activamente ideas y hacen preguntas son muy distintas a 50 espectadores  pasivos.  Además   de   brindar   detalles   de   las   políticas   que obtuvieron resultados, será importante captar y contar la historia detrás de los éxitos —de cómo se elaboró la iniciat iva, cómo evolucionó con el tiempo, cómo se resolvieron las objeciones y cómo se comunicaron sus características. Ese tipo de análisis cualitativo ayuda a enmarcar el pensamiento en función de las lecciones aprendidas y permite extraer y agregar las ideas y aplicarlas en el futuro.

Nuevos Modelos de Vida Comunitaria en un Mundo Cada Vez Más Urbanizado

Nuevos Modelos de Vida Comunitaria en un Mundo Cada Vez Más Urbanizado

Declaración de la Comunidad Internacional Bahá’í

Dirigida a la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas

Sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible

 

Quito, Ecuador—14 October 2016

“Los centros urbanos se han convertido en el hábitat predominante de la humanidad,”[1], escribió el Secretario General en su informe dirigido a la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible. Sin embargo, la urbanización, en su manifestación actual, no es un proceso que pueda continuar para siempre. La migración a gran escala hacia los centros urbanos ha provocado en muchos casos fragmentación social, el agotamiento de recursos ecológicos limitados y sentimientos profundos de aislamiento y desesperación. Es evidente que el camino a seguir no consiste meramente en poblar espacios más pequeños con una cifra de personas cada vez mayor. Exige más bien aplicar una visión de conjunto a los asentamientos humanos que aporte prosperidad a individuos y comunidades en entornos urbanos y rurales por igual, satisfaga sus necesidades y aproveche las fortalezas de ambos.

Avanzar en este sentido exigirá replantear a fondo las nociones de la vida en zonas rurales y urbanas valiéndonos de los conocimientos acumulados en el pasado, los avances científicos del presente y una visión constructiva del futuro. A modo de ejemplo, la experiencia del campo de la psicología muestra claramente que las personas prosperan cuando viven en comunidades que se caracterizan por la confianza y la interconexión. La felicidad humana, que repercute en la productividad, la salud física y la agilidad mental, llega a su nivel máximo cuando las relaciones personales son sólidas[2]. Las amistades estrechas y la confianza mutua entre vecinos que tradicionalmente se asocian a las comunidades rurales son elementos de la vida que no han de olvidarse, sino fortalecerse. Sin embargo, no deben idealizarse las complejas realidades de la vida rural que llevan a tantas personas a instalarse en núcleos urbanos. Las tecnologías de la comunicación permiten alcanzar un grado de integración y de cohesión social inimaginable hace tan solo algunas décadas. Sin embargo, el aislamiento físico e intelectual socava las perspectivas económicas y educativas de incalculables centros rurales. Lo que se precisa entonces es un nuevo modelo de vida comunitaria en todos los contextos.

Construir asentamientos saludables y florecientes es una tarea formidable que exigirá aprendizaje y esfuerzo durante generaciones. En cuanto a los desafíos por delante, el Secretario General menciona las “medrosas sociedades urbanas” que recurren a “soluciones a corto plazo”[3], como barrios cerrados y empresas de seguridad privada, que no resultan asequibles para quienes disponen de menos recursos. Escribe acerca del temor a que la delincuencia genere un “clima de paranoia urbana que llega a impedir el normal funcionamiento de algunas ciudades.”[4] Debe tenerse en consideración que desafíos como estos no se derivan únicamente de la falta de riqueza, información y recursos materiales. Al contrario, provienen también de actitudes básicas hacia los demás y de supuestos fundamentales sobre el mundo, el lugar que ocupamos en él y los objetivos que perseguimos. Las ciudades y aldeas habrán de brindar oportunidades y herramientas económicas para que los jóvenes se mantengan y desarrollen medios de vida acordes a sus habilidades y talentos. Además, las comunidades también tendrán que nutrir muchos otros aspectos del bienestar humano, como la inclusión y la cohesión sociales, la solidaridad intergeneracional, la distribución equitativa de los recursos y los vínculos sustanciales con la tierra y el mundo natural.

¿Cómo deben fomentarse estas cualidades en el seno de una población? Esta cuestión deberá indagarse de manera sistemática en un futuro próximo. Sin embargo, la experiencia de la comunidad mundial bahá’í destaca un conjunto de elementos que parecen fundamentales para la creación de asentamientos florecientes, ya sea en zonas urbanas o rurales.

Entre estos elementos destaca la preocupación explícita por revivir el concepto de comunidad. Por supuesto, la idea es prácticamente omnipresente en su forma más básica; existen comunidades de innumerables tipos y variedades. Sin embargo, la realidad de muchas personas no es la de un todo unido y cohesionado, sino más bien la de una colección atomizada de piezas por lo general ajenas unas de otras. Esta realidad deberá dejar paso a comunidades y vecindarios cuyos habitantes sean amistosos, confíen unos en otros, compartan un mismo propósito y se preocupen por su bienestar moral y emocional. A medida que aumente la cifra de personas que, al vivir cerca unas de otras, procuran trascender las barreras que antes las mantenían separadas, deberá ampliarse su compromiso mutuo y un sentido general de identidad compartida. 

Para que la comunidad promueva el progreso de la sociedad por sí misma —complementando las funciones del individuo y las instituciones sociales—, hay que adoptar activamente una concepción mucho más amplia de la vida comunitaria. Habrá que desarrollar modelos de acción e interacción nuevos y construir nuevas formas de relacionarse y asociarse. Serán cruciales la experimentación, el ensayo y error, así como un sólido proceso de aprendizaje sobre la naturaleza de las transformaciones culturales duraderas, todos los cuales exigen esfuerzo y no poca cantidad de sacrificio. Sin embargo, mientras continúe este trabajo, surgirán nuevas capacidades que facilitarán la consecución de esas mismas metas, entre las que figuran la capacidad de alcanzar consensos en el seno de una población diversa y fomentar el compromiso colectivo con las prioridades compartidas, fortalecer la visión de un futuro compartido y elaborar medidas prácticas para su consecución, y concebir y evaluar las acciones a la luz de una conciencia colectiva naciente de lo que es correcto y lo que es erróneo, aceptable e intolerable, beneficioso y perjudicial. Estos son los frutos, y a la par el motor, de los cambios sociales profundos que se dan a escala local.

La integración de poblaciones que han estado siempre, o desde hace poco, en la periferia de la sociedad es otro requisito previo para el florecimiento de los asentamientos humanos. La comunidad internacional afronta grandes desplazamientos de poblaciones y la proliferación de diversas ideologías extremistas, y no es necesario explayarse sobre el peligro de relegar a poblaciones enteras a condiciones marginales. Sin embargo, esta integración no puede ser superficial, ni limitarse a ofrecer a ciertos grupos un abanico limitado de opciones formuladas por organismos a los que no tienen acceso. Más bien, los procesos de toma de decisiones deben reflejar y aprovechar los talentos y puntos de vista de un sector de la población tan amplio como sea posible. El aporte de quienes, de lo contrario, podrían quedar excluidos no sólo debe valorarse, sino solicitarse activamente y adoptarse. Y las barreras a la participación plena y efectiva de cualquier grupo particular, ya sea por sus tradiciones, costumbres, hábitos o prejuicios, deben abordarse con franqueza y eliminarse categóricamente.

Avanzar en este sentido exigirá aplicar enfoques a la toma de decisiones que sean cualitativamente diferentes de los adoptados en el pasado. En concreto, la experiencia sugiere que se obtienen resultados más eficaces cuando la adopción de decisiones se plantea como esfuerzo compartido para explorar la realidad subyacente de las circunstancias pertinentes, como búsqueda colectiva de la verdad y de un entendimiento común. En este contexto, las ideas y propuestas no son propiedad de una sola persona o entidad, ni su éxito o fracaso obedecen a la posición o a la influencia de la persona o institución que las presente. Más bien, el conjunto de ideas pertenece al grupo encargado de tomar decisiones, que las adopta, las modifica o prescinde de ellas en la medida en que contribuyan a una mayor comprensión y progreso. Hay situaciones en que esta suerte de consultas las celebran personas que se consideran como iguales con el fin de llegar a una decisión conjunta. En otras, pueden consistir en deliberaciones encaminadas a recabar ideas e información y enriquecer el entendimiento común, y la decisión queda en manos de quienes ejercen oficialmente la autoridad. En todo caso, se garantiza que todas las voces tengan voz y que se maximice la participación. Y, lo que es crucial, consultas como esta persiguen expresamente fortalecer los lazos que unen a los participantes. De esta manera, el compromiso compartido que es necesario para una implementación efectiva se construye a través del propio proceso consultivo.

La comprensión de uno mismo y de la identidad propia es fundamental para establecer dinámicas de este tipo. La comunidad bahá’í ha observado sistemáticamente que actuar con un mismo propósito resulta fundamental para que los integrantes de una población local trabajen como un todo cohesionado y unido. Una visión compartida del futuro contribuye a integrar los diversos esfuerzos en un movimiento cohesionado en pos de objetivos compartidos. La cifra de personas que determina el aporte singular que pueden realizar aumenta cuantas más personas internalicen un mismo propósito y aumenten su comprensión del modo en que empeños diferentes se refuerzan entre sí. Comienza a tomar cuerpo un proceso por el que segmentos cada vez mayores de una población se hacen cargo de su propio desarrollo material, social y espiritual.

Cabe señalar que los valores —tanto los que comparten los muchos miembros de una comunidad como los que se institucionalizan en aspectos de su cultura colectiva— serán fundamentales para la construcción de ciudades y asentamientos humanos que “cumplan su función social”.[5] Por ejemplo, al ejercer su influencia los lazos del compromiso compartido, los valores colectivos que rebasan los límites de raza, nacionalidad, idioma u otros fomentan la solidaridad entre grupos que de lo contrario serían divergentes. En cambio, los valores que propugnan la superioridad de un grupo por encima de otro fomentan el antagonismo y socavan la cohesión social. Por citar un ejemplo oportuno, el proceso de integración de los inmigrantes en nuevas comunidades sucumbe a menudo no porque la comunidad carece de capacidad técnica, sino porque los recién llegados son vistos como “los otros” y son tratados como tales por quienes están establecidos. Que se integren eficazmente depende, como en tantos otros ámbitos, de la capacidad de establecer prioridades compartidas y aglutinar la voluntad colectiva de una comunidad diversa y en evolución.

La educación también es fundamental para la construcción de asentamientos humanos prósperos. La experiencia ha demostrado que los jóvenes, con independencia de su raza, nacionalidad o nivel de recursos, ansían aterrizar ideales elevados en realidades prácticas y aspiran a contribuir de manera significativa al destino de la humanidad. Sin embargo, aplicar enfoques diferentes a la educación fomenta tipos de características diferentes. Por lo tanto, debe meditarse sobre las actitudes, cualidades y habilidades que se han de cultivar en las generaciones futuras. La experiencia sugiere que para que la educación empodere a una cifra cada vez mayor de jóvenes para contribuir al mejoramiento de la sociedad, habría de ayudarlos a reflexionar profundamente sobre el propósito de sus vidas y los objetivos hacia los que orientar sus talentos. Les ayudaría a identificar y comprender las diversas fuerzas que conforman la sociedad que los rodea. Y les permitiría emprender iniciativas constructivas, fomentando cualidades tales como el liderazgo ético, las acciones basadas en principios y la valentía moral.

La creación de asentamientos humanos saludables ha de ser objeto de aprendizaje para la comunidad internacional en los años venideros. Las comunidades locales habrán de explorar los requisitos prácticos del bienestar individual y colectivo en muchos lugares y entornos. Sin embargo, el aprendizaje a escala local puede estancarse fácilmente si se aísla del conocimiento generado en todo el mundo a mayor escala. Por lo tanto, las estructuras que faciliten el flujo horizontal y vertical de experiencias, percepciones y conocimientos serán muy beneficiosas para alcanzar los objetivos de la Nueva Agenda Urbana. ¿Qué cuerpos o agencias pueden contribuir a esas estructuras, y qué organizaciones locales pueden conectar con sus homólogas a nivel nacional, regional y global? Estas y otras cuestiones podrán definirse en función de las circunstancias. Sin embargo, parece claro que el resultado de dicho sistema debe ser asegurar que aquellos que trabajan en las bases contribuyan a un proceso global de aprendizaje y se beneficien del mismo.

Así pues, la Comunidad Internacional Bahá’í considera que el desarrollo y el aprovechamiento de las capacidades de todas las poblaciones para contribuir al bien común reviste el mayor potencial para alcanzar los ambiciosos compromisos propuestos en la Nueva Agenda Urbana.

La liberación de la capacidad humana para el desarrollo social

La liberación de la capacidad humana para el desarrollo social

Declaración de la Comunidad Internacional Bahá’í Para la 53ª sesión de la Comisión para el Desarrollo Social

New York—3 February 2015

En un momento en que los Estados Miembros no sólo reflexionan sobre el progreso alcanzado desde la Cumbre Mundial de Desarrollo Social de Copenhague de 1995, sino además establecen las bases para la siguiente agenda de desarrollo global, es más importante que nunca replantear el desarrollo social. Un aspecto clave en esto será reformular el rol que la capacidad humana juega en el mejoramiento de la sociedad. En muchas áreas son necesarias las reformas estructurales; pero son las personas quienes hacen cumplir las normas o bien las ignoran, quienes transforman los planes en acciones o bien titubean en los márgenes, quienes mantienen posiciones de autoridad o bien abusan de ellas. Así, la capacidad de las personas —individualmente o como miembros de comunidades e instituciones— de lograr algo que ellos colectivamente valoran es un medio indispensable de cumplir los objetivos centrales de la Comisión: erradicar la pobreza, promover el empleo pleno, y fomentar la integración social.

El aprecio por la dimensión humana no está para nada ausente del discurso contemporáneo. Por ejemplo, en su reciente informe sobre la agenda Post-2015, el Secretario General señala que los desafíos a los que se enfrenta la comunidad global “no son accidentes de la naturaleza, o resultados de fenómenos fuera de nuestro control. Son el resultado de acciones y omisiones de personas”. De manera similar, su informe acerca del tema prioritario de esta Comisión señala que “tanto en términos económicos como sociales, las políticas e inversiones más productivas fueron aquellas que empoderaron a las personas para maximizar sus capacidades, recursos y oportunidades”.

Sin embargo, cuando se consideran los medios de implementación, el informe dedica 31 párrafos al financiamiento y 9 a la tecnología, mientras otorga apenas 4 a la capacidad institucional, uno al voluntariado y uno a la cultura. Por supuesto, los recursos financieros y tecnológicos son claves para el desarrollo global; ambos deben ser generados mucho más vigorosamente y distribuidos de manera mucho más equitativa si ha de darse progreso. Pero demasiado a menudo el cambio se atribuye de manera casi exclusiva a instituciones y estructuras, limitando así el poder de acción de individuos y comunidades. Las personas están en el centro de la agenda, lo cual constituye una victoria significativa de la Cumbre Mundial, pero debe tenerse el cuidado de no tratar a las personas como objetos pasivos que necesitan ser desarrollados, en lugar de promotores activos de su desarrollo por derecho propio.

¿Cómo será promovido el bienestar humano en contextos sumamente variados en todo el planeta? ¿De qué manera se extenderán esfuerzos más allá de las capitales y los centros urbanos hasta alcanzar a las innumerables áreas rurales que albergan a casi la mitad de la población mundial? ¿Quién llevará a cabo este trabajo? ¿Cómo se dará apoyo a tales individuos? Los gobiernos nacionales tienen responsabilidades únicas en este trabajo, y las obligaciones y compromisos del actual orden global no pueden descuidarse con impunidad. Pero la acción gubernamental por sí misma no es suficiente. Tal como señalara el Secretario General en su informe, “Si hemos de tener éxito, la nueva agenda no puede circunscribirse al dominio exclusivo de instituciones y gobiernos. Debe ser abrazada por la gente”.

Para poder aprovechar de manera más efectiva el potencial constructivo de la humanidad, se debe cuestionar la noción de que las contribuciones significativas a la sociedad dependen del acceso a recursos financieros. En el pensamiento y discurso sobre el desarrollo, a menudo la riqueza material se equipara a la capacidad, explícita o implícitamente. Se asume que quienes poseen mayores recursos financieros poseen también otros recursos en general. Se les ve como el motor del desarrollo, la fuente del progreso, mientras el resto es relegado a cumplir funciones secundarias, cuando no excluidos por completo. Por supuesto, la pobreza extrema impone numerosas privaciones y limitaciones, y debe ser erradicada por razones tanto pragmáticas como morales. Sin embargo, la capacidad financiera y la capacidad humana necesaria para potenciar la transformación social constructiva no son sinónimas. Por ejemplo, no hay ninguna garantía de que quienes viven rodeados de lujo estén asumiendo algún rol activo en el mejoramiento de la humanidad. Por otro lado, los esfuerzos de quienes están materialmente empobrecidos por ayudar a sus comunidades ciertamente no carecen de importancia e impacto. En todos los niveles de riqueza, la capacidad humana no se define únicamente por el potencial de alcanzar metas, sino además por la voluntad de llevar a cabo las acciones necesarias. Así, el estimular la capacidad humana para el mejoramiento de la sociedad no tiene que ver únicamente con lo que las personas son capaces de hacer, sino además con lo que de hecho eligen hacer. Y ningún pueblo, cultura o grupo económico tiene el monopolio de elegir dedicar sus capacidades al bien común.

El informe del Secretario General sobre el tema de esta Comisión señala que 3,8 mil millones de personas, cerca del 53% de la población global actual, vive con menos de 4 dólares diarios. Si bien las mediciones de pobreza basadas en números de dólares son inherentemente problemáticas, se trata sin embargo de una realidad cuyas implicaciones no pueden ser ignoradas. Aquellos con medios materiales limitados sobrepasan con mucho a aquellos que viven en la abundancia, y no es posible seguir imaginando que un pequeño segmento de la humanidad será capaz por sí mismo de impulsar el desarrollo de todo el resto. En el momento actual del desarrollo de la comunidad global, tal proposición no es ni factible ni deseable. El talento agregado de varios miles de millones de individuos representa una reserva fenomenal —aun en términos puramente numéricos— de recursos para el cambio constructivo que hasta ahora ha sido prácticamente ignorada. De esta manera, los esfuerzos por replantear y fortalecer el desarrollo social en el mundo contemporáneo necesitan asegurar que las contribuciones de aquellos que tradicionalmente han sido tratados como receptores pasivos de ayuda sean integradas de manera significativa a los procesos globales de desarrollo.

Los esfuerzos con este enfoque serán centrales para la movilización de todos los recursos disponibles para el desarrollo global. Pero más allá de toda consideración práctica, la participación en el avance de la sociedad es además significativa en sí misma. Factores como el ofrecer un servicio tangible a los demás, trabajar en colaboración con otros por alcanzar metas nobles, o poner en práctica las capacidades personales en la búsqueda del bien común, son fuentes intrínsecas de bienestar y satisfacción humanas. Se trata de rasgos característicos del concepto de “desarrollo”, tanto individual como social, y no requieren justificación más allá de sí mismos. La formulación de metas para el avance de la civilización, y el hacer de esas metas una realidad, son tareas que finalmente han de ser acometidas no sólo en grupos de trabajo, comisiones y paneles de alto nivel, sino además en un creciente número de granjas y esquinas callejeras, consejos de aldea y encuentro barriales en todo el mundo. De esta manera la humanidad comenzará a asumir la responsabilidad de su destino colectivo.

Muchos de estos conceptos se implementan a nivel local, por lo que puede llegar a ser desafiante aplicarlos a los procesos intergubernamentales que la Comisión aborda. Por lo mismo, quisiéramos ofrecer algunas sugerencias para ser consideradas. De manera más específica, las metas de desarrollo deberían:

  • abordar los recursos humanos que se requieren para el progreso de la transformación global tan vigorosamente como los recursos financieros necesarios.
  • hacer de la construcción de capacidad para contribuir al progreso social un objetivo central al formular metas a nivel internacional, planificar intervenciones a nivel nacional, y monitorear el progreso en todos los niveles.
  • priorizar las participación universal en los esfuerzos locales de desarrollo, independientemente de categorías demográficas tales como género, edad, etnia y religión.
  • en las políticas y en los informes, conceder espacio suficiente para la construcción de capacidad y para los esfuerzos de empoderamiento por desarrollarse de manera orgánica y responder a las circunstancias locales.

Veinte años atrás, el desarrollo dio un gran paso adelante cuando la Cumbre Mundial dio un “rostro humano” a un discurso que previamente se había enfocado en el crecimiento económico y en los ajustes estructurales. El progreso en tal área continúa hoy, cuando los Estados Miembros se dedican a replantear y fortalecer el desarrollo social en el mundo contemporáneo. Las metas que se han considerado —aquellas delineadas primero en Copenhague y muchas otras que han sido propuestas en el proceso Post-2015— requerirán una movilización de recursos a escalas nunca antes intentadas. Estas metas requerirán además un entendimiento claro del tipo de recursos que permiten el progreso. La Comunidad Internacional Bahá’í espera que los conceptos abordados en este documento contribuyan a una exploración continua acerca cómo los talentos y capacidades de los pueblos del mundo constituyen medios críticos para tener éxito en este trabajo de vital importancia. En este sentido, acogemos todas las perspectivas sobre la base amplia del empuje de la capacidad humana como medios para el avance de la civilización.

La liberación de la capacidad humana para el desarrollo social

La liberación de la capacidad humana para el desarrollo social

Para la 53ª sesión de la Comisión para el Desarrollo Social

New York—3 February 2015

En un momento en que los Estados Miembros no sólo reflexionan sobre el progreso alcanzado desde la Cumbre Mundial de Desarrollo Social de Copenhague de 1995, sino además establecen las bases para la siguiente agenda de desarrollo global, es más importante que nunca replantear el desarrollo social. Un aspecto clave en esto será reformular el rol que la capacidad humana juega en el mejoramiento de la sociedad. En muchas áreas son necesarias las reformas estructurales; pero son las personas quienes hacen cumplir las normas o bien las ignoran, quienes transforman los planes en acciones o bien titubean en los márgenes, quienes mantienen posiciones de autoridad o bien abusan de ellas. Así, la capacidad de las personas —individualmente o como miembros de comunidades e instituciones— de lograr algo que ellos colectivamente valoran es un medio indispensable de cumplir los objetivos centrales de la Comisión: erradicar la pobreza, promover el empleo pleno, y fomentar la integración social.

El aprecio por la dimensión humana no está para nada ausente del discurso contemporáneo. Por ejemplo, en su reciente informe sobre la agenda Post-2015, el Secretario General señala que los desafíos a los que se enfrenta la comunidad global “no son accidentes de la naturaleza, o resultados de fenómenos fuera de nuestro control. Son el resultado de acciones y omisiones de personas”. De manera similar, su informe acerca del tema prioritario de esta Comisión señala que “tanto en términos económicos como sociales, las políticas e inversiones más productivas fueron aquellas que empoderaron a las personas para maximizar sus capacidades, recursos y oportunidades”.

Sin embargo, cuando se consideran los medios de implementación, el informe dedica 31 párrafos al financiamiento y 9 a la tecnología, mientras otorga apenas 4 a la capacidad institucional, uno al voluntariado y uno a la cultura. Por supuesto, los recursos financieros y tecnológicos son claves para el desarrollo global; ambos deben ser generados mucho más vigorosamente y distribuidos de manera mucho más equitativa si ha de darse progreso. Pero demasiado a menudo el cambio se atribuye de manera casi exclusiva a instituciones y estructuras, limitando así el poder de acción de individuos y comunidades. Las personas están en el centro de la agenda, lo cual constituye una victoria significativa de la Cumbre Mundial, pero debe tenerse el cuidado de no tratar a las personas como objetos pasivos que necesitan ser desarrollados, en lugar de promotores activos de su desarrollo por derecho propio.

¿Cómo será promovido el bienestar humano en contextos sumamente variados en todo el planeta? ¿De qué manera se extenderán esfuerzos más allá de las capitales y los centros urbanos hasta alcanzar a las innumerables áreas rurales que albergan a casi la mitad de la población mundial? ¿Quién llevará a cabo este trabajo? ¿Cómo se dará apoyo a tales individuos? Los gobiernos nacionales tienen responsabilidades únicas en este trabajo, y las obligaciones y compromisos del actual orden global no pueden descuidarse con impunidad. Pero la acción gubernamental por sí misma no es suficiente. Tal como señalara el Secretario General en su informe, “Si hemos de tener éxito, la nueva agenda no puede circunscribirse al dominio exclusivo de instituciones y gobiernos. Debe ser abrazada por la gente”.

Para poder aprovechar de manera más efectiva el potencial constructivo de la humanidad, se debe cuestionar la noción de que las contribuciones significativas a la sociedad dependen del acceso a recursos financieros. En el pensamiento y discurso sobre el desarrollo, a menudo la riqueza material se equipara a la capacidad, explícita o implícitamente. Se asume que quienes poseen mayores recursos financieros poseen también otros recursos en general. Se les ve como el motor del desarrollo, la fuente del progreso, mientras el resto es relegado a cumplir funciones secundarias, cuando no excluidos por completo. Por supuesto, la pobreza extrema impone numerosas privaciones y limitaciones, y debe ser erradicada por razones tanto pragmáticas como morales. Sin embargo, la capacidad financiera y la capacidad humana necesaria para potenciar la transformación social constructiva no son sinónimas. Por ejemplo, no hay ninguna garantía de que quienes viven rodeados de lujo estén asumiendo algún rol activo en el mejoramiento de la humanidad. Por otro lado, los esfuerzos de quienes están materialmente empobrecidos por ayudar a sus comunidades ciertamente no carecen de importancia e impacto. En todos los niveles de riqueza, la capacidad humana no se define únicamente por el potencial de alcanzar metas, sino además por la voluntad de llevar a cabo las acciones necesarias. Así, el estimular la capacidad humana para el mejoramiento de la sociedad no tiene que ver únicamente con lo que las personas son capaces de hacer, sino además con lo que de hecho eligen hacer. Y ningún pueblo, cultura o grupo económico tiene el monopolio de elegir dedicar sus capacidades al bien común.

El informe del Secretario General sobre el tema de esta Comisión señala que 3,8 mil millones de personas, cerca del 53% de la población global actual, vive con menos de 4 dólares diarios. Si bien las mediciones de pobreza basadas en números de dólares son inherentemente problemáticas, se trata sin embargo de una realidad cuyas implicaciones no pueden ser ignoradas. Aquellos con medios materiales limitados sobrepasan con mucho a aquellos que viven en la abundancia, y no es posible seguir imaginando que un pequeño segmento de la humanidad será capaz por sí mismo de impulsar el desarrollo de todo el resto. En el momento actual del desarrollo de la comunidad global, tal proposición no es ni factible ni deseable. El talento agregado de varios miles de millones de individuos representa una reserva fenomenal —aun en términos puramente numéricos— de recursos para el cambio constructivo que hasta ahora ha sido prácticamente ignorada. De esta manera, los esfuerzos por replantear y fortalecer el desarrollo social en el mundo contemporáneo necesitan asegurar que las contribuciones de aquellos que tradicionalmente han sido tratados como receptores pasivos de ayuda sean integradas de manera significativa a los procesos globales de desarrollo.

Los esfuerzos con este enfoque serán centrales para la movilización de todos los recursos disponibles para el desarrollo global. Pero más allá de toda consideración práctica, la participación en el avance de la sociedad es además significativa en sí misma. Factores como el ofrecer un servicio tangible a los demás, trabajar en colaboración con otros por alcanzar metas nobles, o poner en práctica las capacidades personales en la búsqueda del bien común, son fuentes intrínsecas de bienestar y satisfacción humanas. Se trata de rasgos característicos del concepto de “desarrollo”, tanto individual como social, y no requieren justificación más allá de sí mismos. La formulación de metas para el avance de la civilización, y el hacer de esas metas una realidad, son tareas que finalmente han de ser acometidas no sólo en grupos de trabajo, comisiones y paneles de alto nivel, sino además en un creciente número de granjas y esquinas callejeras, consejos de aldea y encuentro barriales en todo el mundo. De esta manera la humanidad comenzará a asumir la responsabilidad de su destino colectivo.

 

Muchos de estos conceptos se implementan a nivel local, por lo que puede llegar a ser desafiante aplicarlos a los procesos intergubernamentales que la Comisión aborda. Por lo mismo, quisiéramos ofrecer algunas sugerencias para ser consideradas. De manera más específica, las metas de desarrollo deberían:

 

  • abordar los recursos humanos que se requieren para el progreso de la transformación global tan vigorosamente como los recursos financieros necesarios.

  • hacer de la construcción de capacidad para contribuir al progreso social un objetivo central al formular metas a nivel internacional, planificar intervenciones a nivel nacional, y monitorear el progreso en todos los niveles.

  • priorizar las participación universal en los esfuerzos locales de desarrollo, independientemente de categorías demográficas tales como género, edad, etnia y religión.

  • en las políticas y en los informes, conceder espacio suficiente para la construcción de capacidad y para los esfuerzos de empoderamiento por desarrollarse de manera orgánica y responder a las circunstancias locales.

Veinte años atrás, el desarrollo dio un gran paso adelante cuando la Cumbre Mundial dio un “rostro humano” a un discurso que previamente se había enfocado en el crecimiento económico y en los ajustes estructurales. El progreso en tal área continúa hoy, cuando los Estados Miembros se dedican a replantear y fortalecer el desarrollo social en el mundo contemporáneo. Las metas que se han considerado —aquellas delineadas primero en Copenhague y muchas otras que han sido propuestas en el proceso Post-2015— requerirán una movilización de recursos a escalas nunca antes intentadas. Estas metas requerirán además un entendimiento claro del tipo de recursos que permiten el progreso. La Comunidad Internacional Bahá’í espera que los conceptos abordados en este documento contribuyan a una exploración continua acerca cómo los talentos y capacidades de los pueblos del mundo constituyen medios críticos para tener éxito en este trabajo de vital importancia. En este sentido, acogemos todas las perspectivas sobre la base amplia del empuje de la capacidad humana como medios para el avance de la civilización.

 

Constructores de Civilización: la juventud y el progreso de la humanidad

Constructores de Civilización: la juventud y el progreso de la humanidad

Aporte de la Comunidad Internacional Bahá’í a la Conferencia Mundial de la Juventud

Colombo, Sri Lanka—2 May 2014

A menudo se dice que los jóvenes son los líderes del mañana, el futuro de la humanidad. Esto es obviamente cierto, pero la juventud está muy presente en vecindarios y aldeas, lugares de trabajo y comunidades de hoy. En muchas localidades conformamos un segmento considerable de la sociedad, y la manera como nuestra generación se ve a sí misma, como entiende sus capacidades inherentes y su rol en el mundo, tiene consecuencias sociales significativas en todas partes.

Así, el punto que hay que analizar no es la diferencia que la juventud puede marcar en la vida de la sociedad; los jóvenes ya están teniendo un impacto en sus comunidades todos los días, de innumerables formas y con los más variados objetivos. El punto más bien es cómo puede fortalecerse, apoyarse y expandirse el deseo de contribuir a un cambio constructivo y de ofrecer servicio significativo.

A nivel internacional, el discurso acerca del rol de la juventud a menudo se enfoca en temas de expresión y participación. La integración de los jóvenes en las estructuras formales de poder, por muchas razones, tiene ventajas obvias. Pero la mera incorporación de voces jóvenes dentro de sistemas viejos, si no se acompaña de maneras más sustantivas de participación, corre el riesgo de transformarse en una simple discriminación positiva superficial. Los jóvenes son necesarios como líderes responsables no sólo en foros sobre la juventud y concejos especiales, sino además en aquellos espacios en donde se define el curso y dirección de la sociedad como un todo. Es posible que esto requiera desarrollar nuevos sistemas de toma de decisiones y colaboración, sistemas caracterizados por la búsqueda imparcial de la verdad, por actitudes de cooperación y reciprocidad, y por un aprecio por el rol vital que cada individuo puede jugar en el mejoramiento del conjunto.

Pero la sociedad es mucho más que un cúmulo de leyes impersonales, políticas, programas y organizaciones; está igualmente moldeada por normas, valores, aspiraciones y relaciones. Es entonces importante no limitar de manera artificial el espacio para la potencial contribución de los jóvenes. La juventud bien puede contribuir al progreso social mediante la participación en estructuras de gobierno, o al ofrecer de manera voluntaria su tiempo y sus capacidades en agencias de desarrollo u otros grupos de la sociedad civil. Pero ningún individuo depende de organizaciones externas para mejorar su propia comunidad. Ninguno de nosotros está supeditado a las instrucciones de otros para comenzar a trabajar por el bien común. Ninguno de nosotros es incapaz de marcar una diferencia en nuestros propios espacios y círculos sociales.

Desde esta perspectiva, los caminos que los jóvenes del mundo tienen abiertos para el servicio desinteresado a otros son numerosos. Pocas de estas oportunidades se encuentran en los niveles más altos de gobierno, como lo es la conferencia que nos reúne hoy. La mayoría son menos formales y más cercanas a nuestros hogares, pero no por eso menos importantes. Por ejemplo, al colaborar con otros jóvenes y adultos de pensamiento similar, jugamos un rol poderoso al catalizar una transformación y progreso local. Podemos realizar contribuciones igualmente únicas para el desarrollo de las próximas generaciones al ofrecer a quienes son más jóvenes que nosotros un modelo de conducta digno de ser emulado, y darles un apoyo cercano para el desarrollo de capacidades personales y para la exploración de aquellos talentos que podrían enfocarse en el bienestar de la comunidad. En pocas palabras, nuestra generación es una vibrante fuente de progreso social en una variedad de contextos, que abarca desde las aldeas y barrios hasta el escenario mundial.

Al considerar las contribuciones a la agenda de desarrollo Post-2015, es importante reconocer que si el progreso ha de ser realmente algo transformador, es necesario analizar los patrones de pensamiento y comportamiento. En otras palabras, debe ser algo que penetre a nivel de la cultura. Por ejemplo, el combate contra la corrupción depende, en última instancia, de construir una cultura no sólo de justicia y equidad, sino además de honestidad y confiabilidad. De manera similar, la reducción de la exclusión y la eliminación de prejuicios depende de las normas de solidaridad, respeto y apoyo mutuo. Así, la juventud es crucial para la agenda de desarrollo global no sólo por el trabajo que realizamos y los proyectos que llevamos a cabo; igualmente importantes son los arreglos sociales que podemos visualizar, los patrones constructivos de relaciones e interacciones que sean una expresión práctica de nuestro natural sentido del idealismo que podamos promover, y los patrones de vida comunitaria que podemos construir y con los cuales podemos acoger a otros.

De esta manera, el involucramiento de la juventud no es algo que persigamos sólo por nuestro propio interés, ni tampoco se trata de una herramienta diseñada para promover nuestras necesidades como grupo humano específico. Más bien se trata de un componente vital para el bienestar de toda la humanidad, jóvenes y viejos por igual. La juventud debe involucrarse en los esfuerzos de desarrollo porque la construcción de una sociedad nueva y mejor descansa sobre nuestros hombros tanto como en los de cualquier otro, y todos sufren las consecuencias cuando las contribuciones de cualquier grupo o población son marginadas o ignoradas.

Constructores de Civilización: la juventud y el progreso de la humanidad

Constructores de Civilización: la juventud y el progreso de la humanidad

Aporte de la Comunidad Internacional Bahá’í a la Conferencia Mundial de la Juventud

Colombo, Sri Lanka—2 May 2014

A menudo se dice que los jóvenes son los líderes del mañana, el futuro de la humanidad. Esto es obviamente cierto, pero la juventud está muy presente en vecindarios y aldeas, lugares de trabajo y comunidades de hoy. En muchas localidades conformamos un segmento considerable de la sociedad, y la manera como nuestra generación se ve a sí misma, como entiende sus capacidades inherentes y su rol en el mundo, tiene consecuencias sociales significativas en todas partes.

Así, el punto que hay que analizar no es la diferencia que la juventud puede marcar en la vida de la sociedad; los jóvenes ya están teniendo un impacto en sus comunidades todos los días, de innumerables formas y con los más variados objetivos. El punto más bien es cómo puede fortalecerse, apoyarse y expandirse el deseo de contribuir a un cambio constructivo y de ofrecer servicio significativo.

A nivel internacional, el discurso acerca del rol de la juventud a menudo se enfoca en temas de expresión y participación. La integración de los jóvenes en las estructuras formales de poder, por muchas razones, tiene ventajas obvias. Pero la mera incorporación de voces jóvenes dentro de sistemas viejos, si no se acompaña de maneras más sustantivas de participación, corre el riesgo de transformarse en una simple discriminación positiva superficial. Los jóvenes son necesarios como líderes responsables no sólo en foros sobre la juventud y concejos especiales, sino además en aquellos espacios en donde se define el curso y dirección de la sociedad como un todo. Es posible que esto requiera desarrollar nuevos sistemas de toma de decisiones y colaboración, sistemas caracterizados por la búsqueda imparcial de la verdad, por actitudes de cooperación y reciprocidad, y por un aprecio por el rol vital que cada individuo puede jugar en el mejoramiento del conjunto.

Pero la sociedad es mucho más que un cúmulo de leyes impersonales, políticas, programas y organizaciones; está igualmente moldeada por normas, valores, aspiraciones y relaciones. Es entonces importante no limitar de manera artificial el espacio para la potencial contribución de los jóvenes. La juventud bien puede contribuir al progreso social mediante la participación en estructuras de gobierno, o al ofrecer de manera voluntaria su tiempo y sus capacidades en agencias de desarrollo u otros grupos de la sociedad civil. Pero ningún individuo depende de organizaciones externas para mejorar su propia comunidad. Ninguno de nosotros está supeditado a las instrucciones de otros para comenzar a trabajar por el bien común. Ninguno de nosotros es incapaz de marcar una diferencia en nuestros propios espacios y círculos sociales.

Desde esta perspectiva, los caminos que los jóvenes del mundo tienen abiertos para el servicio desinteresado a otros son numerosos. Pocas de estas oportunidades se encuentran en los niveles más altos de gobierno, como lo es la conferencia que nos reúne hoy. La mayoría son menos formales y más cercanas a nuestros hogares, pero no por eso menos importantes. Por ejemplo, al colaborar con otros jóvenes y adultos de pensamiento similar, jugamos un rol poderoso al catalizar una transformación y progreso local. Podemos realizar contribuciones igualmente únicas para el desarrollo de las próximas generaciones al ofrecer a quienes son más jóvenes que nosotros un modelo de conducta digno de ser emulado, y darles un apoyo cercano para el desarrollo de capacidades personales y para la exploración de aquellos talentos que podrían enfocarse en el bienestar de la comunidad. En pocas palabras, nuestra generación es una vibrante fuente de progreso social en una variedad de contextos, que abarca desde las aldeas y barrios hasta el escenario mundial.

Al considerar las contribuciones a la agenda de desarrollo Post-2015, es importante reconocer que si el progreso ha de ser realmente algo transformador, es necesario analizar los patrones de pensamiento y comportamiento. En otras palabras, debe ser algo que penetre a nivel de la cultura. Por ejemplo, el combate contra la corrupción depende, en última instancia, de construir una cultura no sólo de justicia y equidad, sino además de honestidad y confiabilidad. De manera similar, la reducción de la exclusión y la eliminación de prejuicios depende de las normas de solidaridad, respeto y apoyo mutuo. Así, la juventud es crucial para la agenda de desarrollo global no sólo por el trabajo que realizamos y los proyectos que llevamos a cabo; igualmente importantes son los arreglos sociales que podemos visualizar, los patrones constructivos de relaciones e interacciones que sean una expresión práctica de nuestro natural sentido del idealismo que podamos promover, y los patrones de vida comunitaria que podemos construir y con los cuales podemos acoger a otros.

De esta manera, el involucramiento de la juventud no es algo que persigamos sólo por nuestro propio interés, ni tampoco se trata de una herramienta diseñada para promover nuestras necesidades como grupo humano específico. Más bien se trata de un componente vital para el bienestar de toda la humanidad, jóvenes y viejos por igual. La juventud debe involucrarse en los esfuerzos de desarrollo porque la construcción de una sociedad nueva y mejor descansa sobre nuestros hombros tanto como en los de cualquier otro, y todos sufren las consecuencias cuando las contribuciones de cualquier grupo o población son marginadas o ignoradas.

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